HABLANDO DE AMOR
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LOS VIEJOS NUNCA HABLAN DE AMOR COMO LOS JÓVENES
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Pepe Hernández
Los viejos nunca hablan de amor como los jóvenes,
pues el peso de uno o varios cuerpos
en sus vidas, les trae la confusión.
Es motivo de escarnio o pasatiempo
esa charla en los viejos. Ellos vienen
al sol cada mañana, y en verano
a la dorada piel de las bañistas,
a su fervor de oro. Hablan
de incidentes domésticos, de muertos
o pasiones con esa indiferencia
con la que regatean el pescado
en las barcas pequeñas que llegan a la playa.
Regresan cada día a estos bancos al sol
y nunca hablan de amor como los jóvenes.
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xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Mireya
LOS amantes furtivos se parecen,
se buscan por las mesas de los bares,
o cruzan la mirada mientras brindan.
Los amantes hacen lo mismo siempre,
persiguen igual sueño y aman los mismos rostros.
Su secreto los hace más ingenuos, más frágiles,
más torpes en los gestos o en la risa,
la urgencia por los ojos como un rímel de súplica.
Los amantes se esconden y no saben
que su huida los hace más gloriosos,
que el tiempo es un fervor sólo dado al furtivo.
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TERRAZA DE UN BAR
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Sonia y Pepe Ruiz Campos
Reflejos amarillos del sol en los cristales,
el cuadro representa la terraza de un bar,
quizá al atardecer. Tulipanes y nardos
al fondo de la barra. La transparencia
del agua de las flores. Son imprecisas sombras,
quizá reconocibles por un gesto,
la forma de sentarse o de cruzar las piernas,
quienes aquí bebieron aquel día.
De las cosas, firme constancia queda,
los manteles de cuadros, el pan recién cortado,
los platos sin comida y los vasos vacíos,
las botellas de marcas no legibles,
esperando una mano que las convierta en vino.
Todo está quieto y fijo en ese cuadro,
el ajetreo, las voces, y parece
que está la vida a punto de empezar,
que alguien va a levantarse para beber contigo.
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SON momentos fugaces las ventanas ajenas,
rutina son aquellas que suyos nos hicieron,
nos traen la luz del día, el color de los cielos,
y en la noche se vuelven oscuras en nosotros.
Las otras, las fugaces, nos dieron un asombro,
recuerdos de un viaje o una visita breve,
un río o la belleza de una calle habitada.
La desnudez nos dieron las ventanas,
el ansia inmerecida de un deseo heredado
y una primera obscenidad en los ojos.
También las lentas tardes las ventanas cobijan,
los breves días de inviernos melancólicos
y un desnudo rosal en el jardín diario.
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LOS POZOS MÁS ESQUIVOS
Por qué sucederá que sean los ojos luego
los pozos más esquivos, los ríos más helados,
si se enciende el amor en sus hogueras.
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Hernández Molina, Tomás. Peñón de las caballas. Murcia; Ed. Tres fronteras, 2009.
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