NADA EXTRAORDINARIO
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UNA BOTELLA DE VINO A LAS DOS DE LA MADRUGADA
Se escuchó el lloriqueo de unas llaves,
como cuando alguien vuelve tarde a casa,
pero después no sucedió nada.
Tal vez, afuera, la noche se quitó sus perlas
y se tumbó boca arriba en una plaza,
mirando al cielo que empezaba a derramarse
fuera de la olla donde hervía el agua.
La plaza probablemente estaba desierta
a esas horas, o había uno o dos mendigos
intentando dormir envueltos en cartones.
El frío debía ser horrible y hermoso
a la vez, algo así como la letra de un médico
en una nota que certifica una enfermedad
de la que ya nunca podrás librarte.
Pero dentro de la casa todo estaba tranquilo
excepto por la oscuridad bulliciosa
de tus huesos chocando entre sí
cada vez que decidías recorrer el pasillo
tratando de encontrar la linde del bosque.
Justo desde donde se puede ver el anochecer
y el amanecer y todo está claro
como un avión que une los extremos del cielo,
haciendo mucho más pequeño y predecible el mundo.
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OTROS SOLES MEJORES
Es terrible la soledad
de los coches aparcados en invierno.
El mar cuenta sus cosas
mientras la noche se llena de nada.
El maquillaje es un refugio, dices,
algo así como un parque para un niño.
Yo te digo que me gustan
los espacios vacíos, las plazas por ejemplo,
su inmensidad sin nadie,
y el aire cargado de algunas pinturas.
Poco a poco la noche nos sobrepasa.
El olor del mar se queda colgado
de la ropa. Y el sol sale,
sus pensamientos todavía desteñidos.
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ALGO, UNAS PALABRAS
Los pinos oscuros, el colador de plata de la luna,
la tarde vino y la tarde se marchó.
El invierno se instala en las carrocerías de los coches,
en el desguace de ruidos de la casa,
en la vajilla sucia de los tejados y los puentes.
Alguien nos dijo que la noche es un caballo derrumbado,
su cuerpo enorme junto a una carretera centelleante.
No te cabe la luz en la lámpara encendida,
el barco que parte en la tormenta sin saber
si alcanzará puerto, el jardín que acaba sus colores
antes de morderse el labio la madrugada.
Miras el vulgar insomnio del televisor,
yo dormito recostado en el sofá mientras fuera,
en la vieja cabina telefónica, brillan algunas últimas palabras.
Y los pinos, más lejos, hablan sobre algo
que desde aquí no conseguimos entender.
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Bello Sánchez, Juan. Nada extraordinario. Valencia; Ed. PreTextos, 2016.
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