Inicio > Poesía > CARTA AL PADRE

CARTA AL PADRE

.

Mi padre no sabía arreglar grifos, enchufes, mesas cojas, fallebas, lámparas, toldos, pantalones, hornos, teléfonos. Mi padre tampoco sabía arreglar lo que rompen los gritos, los malos silencios, los malentendidos, las bromas de dudoso gusto, las desatenciones. Pero sabía arreglar gafas. Eso lo hacía mejor que nadie.

.

.

.

.

.

Mi padre sólo se acordaba de mí para olvidarme mejor. Sus olvidos eran memorables. Como aquella vez en la playa. O en el aeropuerto. O el día de mi boda. Desmemoria creativa, amorosa, liberadora. Qué habría sido de mí sin sus olvidos.

.

.

.

.

.

Una vez me perdí en un bosque. Mi padre, en vez de salir a buscarme, se tendió debajo de un árbol. Sus ronquidos me orientaron. Cuando despertó me encontró dormido dentro del coche. Me puso una manta encima. Regresamos a casa.

.

.

.

.

.

Mi padre es alto. Mi padre es bajo. Mi padre fuma. Mi padre no fuma. Mi padre pega. Mi padre acaricia. Tengo dos padres. No tengo ninguno.

.

.

.

.

.

Un verano mi padre abrió un bollo de pan y untó sus rebanadas con margarina. Luego metió un palo en un hormiguero y, cuando apenas podía verse, lo aplastó contra la miga pringosa. La margarina negra. La margarina viva, bullidora. Juntó las dos partes y se puso a masticar. ¿Quieres probar?, me dijo. Lo aprendí en África. Cuando la guerra. Pero a esto le falta un buen trago de cerveza. ¿Me puedes conseguir una? Desde entonces bebo cerveza para quitarme este gusto a hormigas que van dejando las guerras de la vida.

.

.

.

.

.

Mi padre tocaba la trompeta en un grupo de jazz. Le veía poco porque siempre andaba de gira. Para dormir me ponía alguno de sus discos. Eso fueron mis nanas durante muchos años. Mis cuentos infantiles. Su mano en mi frente. El beso antes de apagar la lámpara de la mesilla. Una canción se llamaba «Llora tus piedras antes de que te aplasten, cariño». Otra, «Con tus manos de seda y nada más». Otra, «Un ahogado sonríe en el fondo del río». Otra, «La luna tampoco lo sabe». Sólo le salían bien las canciones melancólicas. Pero él, cuando llegaba, era un vértigo de risas y partidos de fútbol en el pasillo. La tristeza la cosechaba fuera. No dejaba que traspasara las puertas de nuestra casa.

.

.

.

.

.

Todos los sábados íbamos a visitar a mi padre al psiquiátrico. Las pastillas le volvían manso. Su mirada bovina, resignada, en ángulo muerto. Cuando nadie me veía le pegaba un puntapié en la espinilla. Por el brazo roto. Por los moratones. Por el mapa de la rabia que habían dibujado sus puños en mi piel. No las sentía o le daba igual. Patadas de algodón a una montaña.

.

.

.

.

.

A mi padre le hubiera gustado ser funámbulo. Tender un cable entre dos rascacielos. Pasearse entre los pájaros. Sentirse zarandeado por el viento. Hablarle a Dios al oído, casi de tú a tú. Practicaba los fines de semana en el parque. La cuerda tensa entre los troncos. Nunca a más de un metro de altura. Daba dos, tres pasos y se caía. Y vuelta a empezar. Tenacidad, torpeza. Ya anciano y padeciendo de arterioesclerosis, decidí hacerle un regalo: me convertí en su abismo.

.

.

.

.

.

Mi padre era explorador. Ninguna geografía, por remota que fuera, se le resistía. Ninguna excepto yo.

.

.

.

.

.

Cuando un carro cargado de vigas aplastó al sacristán, mi padre se ofreció a hacer de campanero de la iglesia del pueblo. Desde pequeño había tenido esa ilusión. Una madrugada las campanas se volvieron locas. Mi padre colgaba ahorcado de una de las cuerdas y bailaba, arriba y abajo, la danza de la resurrección. Todos pensaron que había sido un suicidio.

.

.

.

.

.

Cuando mi padre se estaba muriendo, le llevé un puñado de caramelos de menta. Sin quitarles el papel, se los fui metiendo uno por uno en la boca. Él, sedado pero no inconsciente del todo, intentó resistirse. Una lágrima comenzó a bajar por su mejilla izquierda. Al verla, mi llanto se desató. Lloré entre convulsiones mientras apretaba los caramelos contra sus encías vacías. Me retiré justo a tiempo para que su vómito no me alcanzara. Luego, agotado por el esfuerzo, se quedó dormido. Ya no volví a verle con vida. Caramelos de menta: él sabía lo que estaba queriendo decirle.

.

.

.

.

.

No sé por qué te cuento todo esto. Hace pocos años, cuando mi hija aún no había cumplido los tres, me dijiste que no recordabas nada de cuando yo era niño. Te pareció gracioso y te reíste. Yo me fui al cuarto de baño a llorar mientras tú sobornabas el cariño de tu nieta con billetes de cinco euros. Como no recuerdas nada de cuando yo era niño te parecerá cruel que exponga un pasado que no puedes reconocer como tuyo. Un pasado al que no puedes dar órdenes. Un pasado que no puedes malvender al ropavejero. No recuerdas nada de cuando yo era niño: esa agresiva desmemoria tuya que te divierte tanto, padre, no sabes qué agujero es, qué pozo abre en mí. Tu olvido es un infierno, una nada que me abrasa. Contra ese infierno yo jamás tendré palabras suficientes.

.

.

.

.

.

Pasear contigo, padre. Porque te aterrorizaba hacerlo solo: desconocidos, animales, el azar de un accidente. Así que me obligabas a acompañarte. Caminabas tan rápido que apenas podía seguirte, y eso, verme disminuido y vencido, te animaba, te vigorizaba, te daba alas. Yo corría, tropezaba en las piedras; tú volabas contra mí, sin atender el paisaje, sin pararte a contemplar una flor, los tábanos, una herradura oxidada, un rebaño de cabras montesas, sin creer en el afuera, despreciando todo lo que no fuera inmensamente tú. Paseabas para pisotear los caminos, la posibilidad de cualquier camino. Paseabas para borrarme del camino, para hacerme insignificante como camino, para demostrarme que, en todo caso, no se hace camino al andar sino al obedecer, al obedecerte a ti. Paseabas para someterme. También escribo por eso: para recuperar el paisaje, la flor, los tábanos, la herradura oxidada, el rebaño de cabras montesas, el afuera, los caminos. Apártate, padre.

.

.

.

.

.

Cuando me rompí los ligamentos de la rodilla me regalaron un volumen dedicado a los insectos. Lo leía en el hospital, miraba las imágenes, les atribuía sonriente mis picores, mis cicatrices (los hilos negros de los puntos que las mantenían cerradas eran sus patas nerviosas, sus élitros auscultando el terreno), mis incomodidades de convaleciente. Gracias a ellos no era un enfermo sino un explorador avanzando por una selva. Un día, sin embargo, y sin haberlo consultado conmigo, se lo diste en mi nombre al cirujano que me había intervenido. Con ese gesto me devolviste de un bofetón a mi condición de ser insignificante y dolorido.

.

.

.

.

.

Me despertaste a gritos, dándome patadas. Tardé en darme cuenta de que lo hacías porque habías soñado que yo te había clavado un cuchillo en la garganta, que había separado tu cabeza del tronco, que me había puesto a tirar balonazos con ella contra el resto de tu cuerpo ensangrentado. Me culpabas de tu sueño, me castigabas por haber osado agredirte dentro de él. Sudabas, tenías mal aliento, te olían los pies descalzos. Que no se me ocurriera nunca más entrar en tu sueño, chillabas. Que desapareciera de tu mente. Que te dejara en paz. Entonces me di cuenta de mi poder sobre ti, padre, porque esa pesadilla tuya, en efecto, la había soñado yo infinidad de veces sin haber conseguido hasta entonces que viajara hacia ti, que se metiera en tus sueños. Pero esa noche por fin sí, esa noche había encontrado la puerta de entrada a ellos. Ya sólo tenía que preocuparme de no perder la llave y de protegerme con cojines cuando abrieras por la mañana la puerta de mi cuarto.

.

.

.

.

.

un padre muere dices digo el padre
que pudiste haber sido y puedes ser

(padre papá no puedes yo tampoco)

.

.

.

.

.

UN POEMA DE LA TRIBU NILA DE LA INDIA

Te hemos llevado, padre,
muy lejos del poblado.

Te hemos llevado, padre,
por un sendero nuevo
que hemos abierto con nuestros machetes
mientras las mujeres
azotan a los niños para que lloren.

Te hemos llevado, padre,
a un lugar que no podrás reconocer
si alguna vez te da por despertarte.

Te vamos a dejar ahí, padre,
y a la vuelta ocultaremos el camino
con hojas y ramitas.
Las mujeres apalean a los perros para que gañan
y a los bueyes para que mujan y babeen.
Las mujeres rompen toda la loza de barro,
convierten los trajes en tiras,
se queman unas a otras con brasas.

No vuelvas, padre,
porque ya no tienes casa ni parientes.
No vuelvas, padre,
porque si lo haces las mujeres nos abandonarán.

Para que no vuelva, padre,
te vamos a cortar en trocitos
y cada uno lo vamos a esconder en el hueco de un árbol.

Estás muerto, padre,
así que no intentes convencernos de que no.

Padre, no nos persigas
para que te demos aguardiente de arroz
o tortitas con verduras
ni hagas que los tambores suenen solos por las noches
como invitándonos a una danza.

Vete lejos del poblado y no vuelvas, padre,
porque si lo haces
nuestras mujeres se acostarán con nuestros enemigos
y les darán tantos hijos que nos derrotarán.

Estás muerto, padre,
márchate de nuestras cabezas
y déjanos en paz.

.

.

.

.

Aguado, Jesús. Carta al padre. Sevilla; Ed. Fundación José Manuel Lara, 2016.

.

  1. No hay comentarios aún.
  1. No trackbacks yet.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Daftar Harga Mobil Bekas

Literatura, música y algún vicio más

El lenguaje de los puños

Literatura, música y algún vicio más

Hankover (Resaca)

Literatura, música y algún vicio más

PlanetaImaginario

Literatura, música y algún vicio más

El blog tardío de Elena Román

Literatura, música y algún vicio más

El blog de Ben Clark

Literatura, música y algún vicio más

DiazPimienta.com

Literatura, música y algún vicio más

El alma disponible

Literatura, música y algún vicio más

Vicente Luis Mora. Diario de Lecturas

Literatura, música y algún vicio más

Las ocasiones

Literatura, música y algún vicio más

AJUSTES Y OTRAS CUENTAS

Literatura, música y algún vicio más

RUA DOS ANJOS PRETOS

Blog de Ángel Gómez Espada

PERIFERIA ÜBER ALLES

Literatura, música y algún vicio más

PERROS EN LA PLAYA

Literatura, música y algún vicio más

Funámbulo Ciego

Literatura, música y algún vicio más

pequeña caja de tormentas

Literatura, música y algún vicio más

salón de los pasos perdidos

Literatura, música y algún vicio más

el interior del vértigo

Literatura, música y algún vicio más

Luna Miguel

Literatura, música y algún vicio más

VIA SOLE

Literatura, música y algún vicio más

El transbordador

Literatura, música y algún vicio más

naide

Literatura, música y algún vicio más

SOLIPSISTAS DEL MUNDO

Literatura, música y algún vicio más

MANUEL VILAS

Literatura, música y algún vicio más

El fin de las siestas

Literatura, música y algún vicio más

Escrito en el viento

Literatura, música y algún vicio más

un cántico cuántico

Literatura, música y algún vicio más

Peripatetismos2.0

Literatura, música y algún vicio más

Hache

Literatura, música y algún vicio más

A %d blogueros les gusta esto: