EL JARDÍN QUE NO ALUMBRA
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ENIGMA SIMPLE
Aquella fue siempre la verdad, me confesó,
entre la angustia de sentirse interrogada.
Ahora todo no es más
que una habitación a oscuras
con miedo a prender la luz.
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LA FLOR ESTEPARIA
Esta tarde
detrás de las horas no hay relojes.
Hay tentáculos de luz, celosía
de besos abisales.
Hemos bajado las persianas
y nos hemos dictado
el código de la carne
como lobos.
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HELENA
Me reclamas que tenga
un poco más de paciencia contigo,
que lo del orden y la puntualidad
no desobedecen ninguna ciencia,
y es relativa la importancia
de los números rojos
que aparecen en las facturas,
que lo dramatizo todo
y es una nimiedad
curvar el trazo de las líneas rectas.
Tu juventud ya me lo advertía,
el color de tus ojos,
homónimo de un mar,
heroico y profundo,
donde naufrago a todas horas.
Porque desfilas por casa,
casi desnuda,
persiguiendo un objetivo indiferente.
O pones música,
en un volumen considerable,
para realizar tus ejercicios aeróbicos,
alterando mi ritmo de trabajo,
porque no te va el yoga ni el tai chi,
ni reflexionas sobre la humanidad,
Dios o los conflictos internacionales,
aunque sí te apena que se mueran
tus pececillos de colores, llueva,
o se separen Verónica y Luis Alberto.
Y vienes hacia el cuarto contenta,
cantando bajito una canción de moda,
con un vagar tímido, como si imitaras
el gesto de, por ejemplo, Scarlett Johansson,
rayando la frontera sutil del pecado.
Te metes en la cama
apartas de mis manos el libro,
la Ilíada, que releo,
y me recitas el resto.
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Abellán, Juan Pedro. El Jardín que no alumbra. Lima; Plectro editores, 2017.
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