PAUL VERLAINE
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INTERNAS
Tenía una quince, dieciséis la otra;
dormían las dos en el mismo cuarto.
Era una pesada tarde de septiembre:
finas, ojos zarcos, rubores de fresa.
Ambas se han quitado, para estar a gusto,
el camisón tenue de aroma de ámbar,
la más joven tiende los brazos, se arquea,
le aprieta los senos su hermana y la besa,
luego se arrodilla, se pone bravía
y tumultuosa y loca, y su boca
se hunde, bajo el oro rubio, en sombras grises;
y mientras lo hace, la niña recuenta
con sus lindos dedos valses prometidos
y sonríe, rosa, llena de inocencia.
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PRIMAVERA
La dama joven pelirroja,
a quien tanta inocencia anima,
dice, tierna, a la joven rubia,
en voz baja y dulce, estas cosas:
«Savia que sube y flor que brota,
tu infancia es una glorieta:
deja a mis dedos por el musgo
donde el botón de rosa brilla,
déjame, ente la hierba clara,
beber las gotas de rocío
que riegan esa flor tan tierna,
para que el placer, amor mío,
ilumine tu frente cándida
como al azul tímido el alba.»
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