LAS CIUDADES DE LA LLANURA
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ÚLTIMA NOCHE EN SODOMA
No me lo reproches.
Además,
¿quién sino tú me enseñó la costumbre
de dejar siempre unas nueces
y un poco de vino caliente sobre el mantel?
¿Quién sino tú ponía sábanas limpias
en la habitación de los invitados,
a pesar de que nadie, lo que se dice nadie,
podía llamar a la puerta a tales horas?
¿Quién sino tú?
Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.
Aún no ha amanecido.
Aún me queda algo de tiempo,
lo presiento,
para regar la higuera del jardín
con la paciencia que tú solías,
para dar de comer a los perros.
Fíjate.
Fíjate en lo quieta que está
el agua del estanque.
En la manera que tiene
de aceptar su destino
de océano triste
cubierto por la hojarasca.
Fíjate.
El lugar de la devastación
ha de ser algo semejante
a esas sillas de mimbre
olvidadas por descuido bajo la tormenta.
No, no me lo reproches.
¿No entiendes que es preciso
que todas las luces de la casa
permanezcan encendidas?
¿No entiendes que sólo así,
cuando por última vez vuelva el rostro
desde el último recodo,
me marcharé convencido
de que en efecto hubo una ciudad?
Y será esta ventana lo que brille a lo lejos.
Mientras dure el aceite en las lámparas.
Y resultará sencillo creer que tú me esperas
detrás de su indolencia.
Que me pedirías que entrase
como si hiciese mucho
que estuvieras esperando
y me lavarías los pies en silencio.
Y es que aún no ha amanecido.
Y es que aún puedo pararme a coger
unos cuantos higos verdes por el simple deseo
de notar la quemazón de mi esqueleto
entre la inercia de las sombras.
Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.
A fin de cuentas,
tampoco sé cómo comprenderé
qué cambio en el color
del agua o qué chirrido
de nubes restregándose
me indicará que he llegado
por fin.
Y tú eras quien insistía,
acuérdate,
en que los preparativos de un viaje,
aunque lo parezcan,
no son las corbatas ni los pocos libros
que uno decide meter en la maleta.
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EL ÁRBOL
Ten en cuenta que el árbol crece en dos direcciones,
pero sólo una brinda un lugar a la sombra.
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LA ÚNICA TRAVESÍA DEL TITANIC
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEn el viaje aquel de todos a la niebla.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxFrancisco Brines
Imagino (a estas alturas
tanto da que lo contado
poco tenga que ver con lo vivido)
el ajetreo, las risas, la emoción
—oh, dear!, long time no see—
de posar para la posteridad,
el murmullo de la ropa almidonada
restregándose en la brisa.
Imagino lo embarazoso que a MIss Candace
le resultaría toparse de pronto,
entre la multitud,
con la mirada inerme de algún antiguo amante.
Imagino la gravedad complacida
de sus rostros coloniales
cuando la orquesta atacase las notas
del God save the Queen.
Imagino,
con la torpe impresión de irrealidad
de quien piensa en una lengua
que no le pertenece,
el barco que zarpa
entre veleros que lo acompañan
hasta la boca del muelle.
Imagino el ruido de las sirenas,
el remolcador,
la cubierta repleta
de pañuelos blancos que ignoran
que se están despidiendo para siempre.
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LOS REMOS
Remar sin avanzar; remar mientras se aprende
a ir arrojando al agua más cosas cada vez.
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GOZNES
Incluso las puertas de una casa
en ruinas
pueden abrirse sólo hacia un lado.
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HERCULANO
He dispuesto en la mesa
unas nueces y escudillas con vino caliente.
He renovado las flores
en las ánforas de barro.
He mandado encender todas las lámparas,
sahumar la estancia con aroma de incienso.
Luego,
he pedido en voz baja que no se me moleste,
que nadie me interrumpa hasta que amanezca.
Hasta que amanezca.
Cuando mis esclavos vengan
a despertarme
y me encuentren sentado
frente a la ventana.
Sentado y en silencio.
Cuando acaso mis ojos distingan a lo lejos
la luz de sal del nuevo día,
de un día que ya no alumbrará para ellos,
mientras se preguntan
—mi señor, tu desayuno—
cuánto tardará el veneno en surtir efecto.
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Cumbreño, José María. Las ciudades de la llanura. Mérida; Ed. Regional de Extremadura, 2000.
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