POEMAS DE ‘LA LENGUA ROTA’, DE RAÚL QUINTO
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SALWA BUGAIGHIS
Descoser las partículas del aire
para poder seguir
respirando. Tejer un cuerpo nuevo
con los cuerpos perdidos y encontrados
tras el incendio. Decidir.
Golpear ese muro
pese a tanta ceniza
torcida en los pulmones. Pese a tanto
siglo volviendo. No cejar.
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ALGUIEN BAILA en el fondo
de la piscina
de la urbanización abandonada,
abraza a un maniquí
y le dice al oído: esta música
no existe, como tú la luz tampoco
tiene ojos ni boca,
pero mantiene en pie
todo aquello que vemos.
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ANA ORANTES
Transita del azul
al ámbar el dibujo de la llama.
Un arcoíris derretido,
titilando sombra
en un pequeño charco
de gasolina. Quién está mirando.
Quién dice qué.
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EL PALACIO es un dolmen.
Cuando suene la música
sólo podrás bailar
con los espejos
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o con los muertos.
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DICTARON las preguntas.
Borraron las estrellas
y nos dejaron a merced
de los mapas. Un mundo
traducido. Un verbo
anticipando cada gesto.
Y sin embargo.
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ESCUCHAR EL CRUJIDO de la estática
cuando dos cuerpos
se rozan por primera vez. La piel
de la sombra torciendo
el sudor en la palma de una mano.
La luna nueva en las pupilas.
Sentir el peso
a pesar de la niebla.
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CARLOS PALOMINO
El escáner refleja actividad
en la corteza cerebral
pero también en estructuras
menos superficiales
como el putamen y la ínsula.
Eso dice la ciencia
sobre cómo funciona
el odio. Un segundo,
siete centímetros
de metal frío penetrando
el ventrículo izquierdo
del corazón. Una luciérnaga
aleteando al filo de su luz,
a la misma distancia
de la incineración que de la noche.
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Quinto, Raúl. La lengua rota. Madrid; Ed. La Bella Varsovia, 2019.
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