LA INERCIA Y EL VAHO
Los renglones del libro se tuercen en cada curva que traza el autobús. Leo a duras penas una novela sobre un chico obsesionado con un pozo y el canto de un pájaro. No me estoy enterando de nada; las palabras se amontonan y se mezclan con el hilo musical y el murmullo estrepitoso de un grupo de adolescentes. Comentan algo de una fiesta. No quiero oírlos. Leo la misma frase cuatro veces. Hasta que cierro el libro y me quedo mirando a la gente. Viajamos dentro del estómago de un gusano contrahecho, pienso. Puede que seamos parásitos o comida en mal estado. Y eso me recuerda que tengo hambre, y en esa sensación corporal me reconozco. Tengo hambre y mi hambre es independiente del hambre del resto. Ellos y yo. Puede que estén todos saciados, y eso no me quita a mí el hambre. Y sin embargo el autobús frena en seco y todos respondemos al mismo impulso de la inercia: hacia delante y después hacia atrás. Como un mismo cuerpo, monstruosamente repartido a lo largo del vehículo.
xxxSigo teniendo hambre.
xxxEn la calle hace frío.
xxxTodas las noches repito el mismo ritual. Subo al autobús, intento leer, escucho música imaginaria en mi cabeza y veo cómo se difuminan los cuerpos de los pasajeros en el cristal que se inunda de vaho. A veces juego a pasar mi pulgar por los contornos reflejados de la gente, y me divierte ver cómo se mueven y rompen su esquema. Y los vuelvo a dibujar, hasta que se enmarañan las líneas y se transparenta el ruido de la calle. El frío. Las mil historias que se suceden fuera del autobús. Tanto movimiento, tanta existencia. Como ahora. Paramos en la zona universitaria, frente a un campo de entrenamiento de rugby. Varios jóvenes se funden en una melé. Empujan sus cuerpos dentro de otros cuerpos. Un animal sin cabeza. Un animal lleno de barro y piernas. Tan extraño. Me acerco para verlo mejor y mi aliento empaña el cristal, borrándolo todo.
xxxMe quedo en blanco. Me miro dentro.
xxxEstoy tan solo, me siento tan lejos de mí mismo y de todos. Cierro los ojos y me pierdo en la melodía de una canción fantasma. Dispuesto a borrarme el hambre y los miedos hasta que llegue a casa. Nadie lo nota. Me empiezo a adormecer, y siento el cosquilleo de mi teléfono móvil vibrando al recibir un SMS. Y sé que hay alguien al otro lado. Más allá del vaho, la inercia y la ceniza sobre la nieve. Hay alguien.
Quinto, Raúl. Yosotros. Barcelona; Ed. Caballo de Troya, 2015.