HIJO
23.
Historias que nos contamos para decirnos. Historias que creemos para creernos. Para crearnos. Para decir: así fue, así soy, así es. Para no ceder al derrumbe. Historias que digan, que no paren de decir, para que siempre haya una palabra ocupando el espacio sin fondo del silencio.
26.
Contar para cre(c)er en las palabras.
31.
Aquí opera la mecánica del balbuceo. Un idioma en blanco. Como la lengua sin verbo de mi hijo, sin signos ni referencias. Así debería funcionar este libro. Un idioma sin idioma, que explicase los huecos de cada letra. Ya sabemos que el vacío es lo que define la forma, hemos hablado incluso del campo cuántico que impiden que la materia se dispare hacia el infinito. De esa reclusión en forma a través de la nada. Todo eso. Del idioma sin idioma de mi hijo conectado por la sangre a la tierra y al tiempo. Cromosoma adentro. Sabemos que los lactantes tienen la capacidad de respirar por la nariz mientras beben, como los antiguos homínidos, y que esa característica física les impide articular palabras. Que en el origen nunca hay palabras. Que en la raíz no puede haber signos.
xxxEste es un libro que quiere respirar así.
xxxEste es un libro que se asfixia de lenguaje.
xxxUn libro al que le cuesta ser libro.
xxxEste libro.
xxxEl eco de algo. De la madrugada en que la madre de mi hijo me despierta para comprobar conmigo cómo se oscurece la línea azul de la prueba de embarazo. El eco de la noche fuera y de la luz artificial dentro. Los ojos testando lo real allí, entre el sueño y el miedo. La alegría incrédula anillándose en la garganta. El eco de la primera lágrima y de mi cabeza dando vueltas: la doctora confirma la noticia, y al salir de la clínica tengo que sentarme en la acera porque el mundo gira demasiado rápido y me cuesta mantener el equilibrio. El eco de ese golpe, de la idea y de la palabra devorada por la realidad. El encaje. Más aún, otro día: oímos por primera vez el corazón de mi hijo, en la pantalla tiembla apenas una mancha negra, casi nada, pero en la habitación retumba un latido distorsionado. El eco de esa música. La percusión milagrosa de un corazón minúsculo. El eco de eso. Aquí. De mis ojos cuando vi su cuerpo definiéndose en la ecografía, de esa marea sin nombre que me iba ahogando, del conjuro anfibio que me iba hundiendo dentro de la sangre. Mi cabeza apoyada en el vientre de la madre de mi hijo mientras le canto canciones inventadas y él, golpeándome la cara piel adentro. Eso creciendo como un virus en el cielo de la boca, para contaminar todo el aire que se respira, para que todo sepa a eso. Este libro, eso. Las diecisiete horas de parto. Su rostro hinchado. Su mano mínima apresando mi dedo índice. La respiración de fuego y las palabras negras de los médicos. Punción lumbar. El miedo lento pudriendo el aire, y el por fin conmigo, durmiendo sobre mi pecho, pequeño y perfecto.
xxxEste libro quiere ser eso.
xxxDecir eso.
xxxPero es un libro.
Quinto, Raúl. Hijo. Madrid; Ed. La Bella Varsovia, 2017.