LAS CÉLEBRES ÓRDENES DE LA NOCHE
Dejo hoy aquí algunos poemas de la primera y de la tercera sección (dividida ésta en cinco partes más un epílogo) del último libro de poemas que publicó Diego Sánchez Aguilar, ‘Las célebres órdenes de la noche’. Un libro que tiene más de épica que de lírica; según Javier Moreno, de una épica del vacío.
(De ‘CANTAR DEL DESTIERRO’)
PREOPERATORIO
El cielo está abierto en mil grietas
sobre el que yace y espera.
Todos los ejércitos (jinetes,
el viento como acero entre sus dedos)
están preparados para el asalto.
Pero
¿Para qué este silencio?
¿Para qué este calor que quema las piernas?
Como si nadie mirara
como si el cielo fuera otra tierra ajena,
inhóspita.
POSTOPERATORIO
Entonces habrá que vivir aquí.
Y así.
Absolutamente desposeído,
despojado y sin saber qué es eso:
lo que ha sido robado,
lo que sin embargo me rodea
cuatro veces
(o una sola vez,
tendida como el rocío sin significado
posándose sobre el desierto).
Miro el animal que ovillado en el rincón
aún espera que amanezca,
respirando,
oyéndose respirar y sabiendo que ese es el canto del mundo,
su viejo aliento
que sigue cobijando la pregunta.
AMANECER
En unas horas amanecerá sin sentido.
Con dedos bruscos e indiferentes de cirujano,
la luz sacará, sin asco ni compasión,
lo que mis entrañas escondían
esperando que creciera como un nombre.
(De ‘EVANGELIO DEL DOCTOR FRANKENSTEIN’)
[SEGUNDA PARTE: CUMPLIMIENTO DE LAS SEÑALES]
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Mira, Fritz, toca esta carne.
Mira esta sangre oscura,
estas grietas de donde nace el silencio:
esto eres tú,
esta mesa es un espejo.
El asco que sientes es el asco de ser tú,
el asco infinito de estar muriendo.
Fritz, sí, estamos muriendo.
Escucha el silencio:
mira cómo se hace carne.
[TERCERA PARTE: INFANCIA Y VIDA OCULTA]
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Gemir, mugir hacia el fondo del bosque.
Avanzar palpando la noche, sus cristales fríos.
Desmentir a manotazos el engaño de lo visible.
No hay imagen, no hay palabra, no hay camino.
No hay más senda que el latido.
No hay más reino que el bosque, que el desierto.
La lluvia está cayendo sobre el barro,
y sobre el dorso de las manos.
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Los cadáveres no tienen nombre.
Padres e hijos graban letras sobre piedras.
Las llaman lápidas:
es el cartón piedra de la memoria.
Debajo del nombre y de la piedra,
se extiende el hueco.
Si te pones una lápida junto al oído,
puedes escuchar el viento de la tierra:
está dentro y está fuera;
igual que fluye el tiempo
entrando y saliendo de las letras de tu nombre.
[QUINTA PARTE: PASIÓN Y MUERTE]
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Mira, Fritz, todo ha sucedido dentro del silencio.
No ha habido Padre, por qué me has abandonado.
Y no ha habido Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
No hay Padres en la muerte.
Solo mugidos,
gargantas atragantadas de tierra.
Sánchez Aguilar, Diego. Las célebres órdenes de la noche. Madrid; Ediciones La Palma, 2017.