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MUJER QUE SOY – ANGELINA GATELL

 

FUSILAMIENTOS
xxx(Posguerra)

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Meliano Peraile, años después

No, no puedo olvidarlo. Es en la linde
aún indecisa de la aurora. Siento
como si fuera ayer la voz del viento
—¿es voz o alfanje?— que mi sueño escinde.

Mi sueño roto en el perfil del día
una vez y otra vez. Y allá, en la arena,
madruga ensangrentada la azucena
y exhausta besa la ribera fría.

Oigo la muerte. Ocupa mis oídos
la trágica manada de estampidos
que al alba irrumpe cotidianamente.

Viene del mar. Mis días infantiles
son un duro horizonte de fusiles
que me persigue encarnizadamente.

 

 

 

 

DESPUÉS

Cuando todo termine,
cuando llegue ese tiempo
que la ilusión anuncia
—y que a veces parece
tan infinitamente lejos—,
¿dónde estarán los ojos que ahora miran
insistentes y amargos,
secretos, clandestinos,
lo invisible?
¿Dónde el perfil sombrío
de esas manos que exigen, golpeando, muriendo,
lo que un día,
inesperadamente,
les fue arrebatado?

Cuando todo termine
y la senda gastada
por la fiera andadura del hombre
desemboque de pronto en un valle distinto,
¿dónde estará la alegría sin pausa asfixiada?
¿Qué escombros,
qué informe y podrida materia
tendrán que apartar nuestras manos?
¿Qué habrá debajo de tanta ceniza
una vez apagadas las brasas?
¿Qué fétidas flores, qué horribles insectos?

Cuando todo termine,
¿quién podrá levantarse
sin mancha
de en medio del caos y la larga tiniebla?
¿En qué frente
no habrá un mapa de oscura inmundicia?

¿Dónde hallar una sola pupila
sin rabia encharcada,
sin odio en el fondo;
unos labios que no hayan tocado
palabras impuras, sonidos crueles
impulsados por miedos,
naufragios, codicias…?

Y si fuera posible
todavía ese ser luminoso,
—¿de qué nueva injusticia nutrido,
salvado por qué privilegio?—
¿quién podría aceptar sin rencor su presencia,
el naciente linaje
que otra vez marcaría a los hombres?

Cuando todo termine,
cuando todo el trabajo esté hecho:
sembrados los campos,
ordenada la luz, los caminos
trazados y firmes,
orientadas las aguas, tranquilas las brisas,
será mejor que nosotros partamos
sin otro equipaje que el sueño cumplido,
sin otra tarea
que borrar, una a una, las torpes señales
que vamos dejando.
Que no quede en la tierra memoria de lucha
ni cantos triunfales.
Que nadie
evoque las tristes victorias
con uñas y dientes logradas.

Luchemos ahora,
tiznemos de furia total nuestras manos,
lleguemos al límite, a la curva sangrienta,
al filo que marca
un fin y un principio.

Y después, cuando todo termine,
no toquemos el pan, ni la rosa, ni el aire.
Partamos. Que nadie nos vea
sin paz, perseguidos por tantos fantasmas.

Que nadie recuerde
que estuvimos aquí, que pasamos.

 

 

 

 

GENERACIÓN

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA mi hermano

Nada está hecho y ya nosotros
abandonamos la tarea.
Más que luchar, hemos soñado.
De nuestros sueños poco queda.

Más que cantar, es el silencio
nuestro destino y nuestra meta.
Más que vivir, hemos pasado
sobre el cansancio de la tierra.

Más que sembrar, hemos dejado
henchido el surco de tristeza.
Más que morir, hemos vivido
con tanta oscura muerte a cuestas.

Más que llorar, hemos sufrido
nuestra gran lágrima secreta.
Más que los hierros, es la noche
la interminable cárcel nuestra.

Más que el dolor, es la amargura,
el fruto cruel de la impotencia.
Más que trazar nuestro camino
es el camino el que nos lleva.

Desde el principio comprendimos
que era imposible la luz nueva.
Sombras tan sólo, se apagaba
nuestra hermosura en la tiniebla.

 

 

 

 

DESTINO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxA Blas de Otero

Sólo sombras me dieron.
Con semillas de sombra fecundaron el vientre,
la cárcava sumisa
donde tuve mi origen de sombra.

Me arroparon con sombra. Me dieron
pan de sombra amasado
por manos de sombra y condena.

Fui creciendo anegada de sombra,
ahogándome en mares de sombra,
pisando caminos de ira y de sombra,
llevando en los labios
una dura consigna de silencio y de sombra.

A mi voz opusieron densas sombras, cegando
la plural hermosura que a mi boca afluía.
Largo trago de sombra acudió a mi garganta,
a mi sed insaciable.

Con pedradas de sombra derribaron mis manos,
abatieron mis ramos celestes.
La sombra de un látigo golpeó mi alegría,
dejó el aire desierto de rosas,
apagó las estrellas, el beso, la sangre.

Con un lienzo de sombra envolvieron la clara,
rebelde sonrisa.
Me poblaron de sombra la frente y los párpados.
Una llave de sombra cerró para siempre
las puertas del alba.

Y con muros de sombra me hicieron la casa.
Y amueblaron de sombra y espanto
la alcoba nupcial
asediando mi cuerpo,
cercando de sombra furiosa mi vientre…

Y vinieron, cubiertos de sombra,
mis hijos.

 

 

 

 

LOS VENCIDOS

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx…con los pies rotos
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxentre polvo y piedra,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxpor el duro camino catalán,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxbajo las balas últimas
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxcaminando,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxay, hermanos valientes,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxal destierro.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxPablo Neruda

Yo estuve allí también.
Era tan sólo
una mínima hoguera donde ardía,
sin que yo lo supiera,
mi esperanza, mi fe, mi dignidad futura.

Todo fue consumiéndose y consumándose
bajo el crepúsculo de enero,
sobre la tierra helada,
allá, en los campos míos,
entre las viñas que mostraban
sus oscuros muñones como indomables puños.

Los vi pasar con los pies rotos
entre polvo y piedra.
Nunca he visto otros ojos
más arados por el dolor,
más transitados por la pesadumbre.

Bajo la tarde, hambrientos
de pan, de muerte, de soledad,
fueron pasando.

Los pies
calzados con la sangre
que caía
por el duro camino catalán,
condecorando hermosamente
la tierra aquella donde yo nací
y donde
mi corazón se cubre de hojas verdes
todas las primaveras,
como si fuera un árbol,
una vid,
o acaso
una gota pequeña
de aquella sangre
que iluminó mi patria.

Los vi pasar. Llevaban
apagadas las frentes,
las manos señaladas
por la costumbre del fusil;
sus ojos
eran como náufragos en el crepúsculo
que, cómplice, caía
solapadamente, borrando
los últimos caminos.

Uno de aquellos hombres
—casi blanco el cabello—
tocó con un temblor
mis trenzas,
que fueron en sus manos
como un presentimiento
de cadenas futuras,
y dijo,
con una voz que nunca
podré olvidar:

xxxxxxxxNina, no’m donaries
xxxxxxxxun tros, solament un tros
xxxxxxxxde pa?

Le di mi pan, las rubias
avellanas del huerto,
el agua…

Le di, definitivamente,
un lugar en mi vida:
un pequeño recinto
donde su voz me dura,
donde sus ojos
hallaron estadía,
donde sus labios
alguna vez me hablan
con nuestro dulce acento inolvidable,
con las bellas palabras
que los vencedores quisieron
borrar…

Y aunque la muerte
rondara sus cabellos,
con aquel mismo gesto largo y torpe
con que él rozó los míos,
y no sé dónde yace
su cuerpo desgarrado
por la derrota,
no he podido olvidar su sombra triste
que cruzó mi niñez
y acuñó en ella, para siempre,
la ira y la impotencia.

Desde aquel día
—25 de enero de 1939—
el pan sabe a vergüenza y a cobarde
consentimiento,
y cuando acerco
un pedazo a mis dientes,
en vez de iluminarse se me tiñen
de un rubor infinito.
Y me acude a recuerdo, inevitablemente,
aquel pan y aquel hombre.

Fueron pasando, uno tras otro, los vencidos
por mis ojos de niña,
bajo las balas últimas
que partían
de los avellanos,
de los bosques fríos,
de la tarde…

Los vi pasar —eran los míos—
caminando,
ay, hermanos valientes, al destierro.

 

 

 

VV. AA. La voz femenina en la poesía social y testimonial de los años cincuenta (Introducción, selección y notas de Angelina Gatell). Madrid; Bartleby editores, 2006.

 

  1. No hay comentarios aún.
  1. abril 12, 2022 a las 10:11 am

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