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MURO de escribir cosas que me dicen que existo

 

TE miro cuando duermes

Velo tu suelo pélvico.
Quisiera que tu carne se acordara de mí

y me duele pensar que moriré algún día.

 

 

 

 

ALGUNAS veces vivo.

Me enamora de pronto
la calma de la lluvia cayendo en las baldosas.
Es como un simulacro
que habita en las ciudades,
las ciudades vacías
como un cuadro de Hooper.

Siempre la eternidad
y el laberinto.

 

 

 

 

LA felicidad se vuelve triste.

Triste como una tienda de chinos en las afueras de Marbella
o un descampado con condones usados,
o música de los Andes en la calle Larios
o ancianos que comen yogures caducados en pisos sin ascensor
o jardines copiados de Abu Dabi
o alguna inmobiliaria que quebró después.

 

 

 

 

LOS continentes se mueven
a la misma velocidad con que nos crecen las uñas.
La gente a veces muere sin haber llegado a vivir.

Pudrirse es el destino de todo lo que existe
y la vida es un viaje
que no termina nunca de ser nuestro,
el dolor que aún les duele
a todas las sustancias que han sido separadas,
la luz sobre la hierba,
los ángeles por dentro de sí mismos,
las telarañas de las bicicletas abandonadas,
todas las lluvias que no llovieron nunca,
pudrirse los delfines,
el alma de los pájaros,
la niebla en los estanques
y morirse las dalias en cautividad.

 

 

 

 

Y de qué sirve al fin
los peces uno a uno
los lugares sagrados
como el bosque sin senda
o la ciudad desierta.
Y de qué sirve al fin
haber leído tanto,
haber vivido tanto,
haber amado tanto
de pie sobre este mundo
sin culpa ni pecado,
igual que un cardiograma,
trozos del mismo azogue
o una sutura que une
la dulce luz del sol
y mi tristeza.

 

 

 

 

PORQUE tienen costumbre del calor nuestras almas
me abrazo un rato a la ropa limpia,
gozosamente triste,
sintiendo menos solo el corazón,
como si la vida hubiese pasado en una elipsis sin sentido
y no supiese ya sobrevivir.
Como si haber sido feliz
no me sirviese ahora
para seguir viviendo,
para seguir viviendo,
para seguir viviendo.

 

 

 

 

EN la noche sin nadie
la lluvia cae sola y para sí,
para ningunos ojos
para ninguna dicha
sobre la triste fiesta
de lo que ahora existe.

(Igual que el mar oxida lo que toca)

 

 

 

 

NOS salva cada tarde la lentitud de un beso,
la dulce gravedad con que lo damos,
pensando que la vida es un cuento de Kafka
o es un brote de cáncer que se cura.

x
(A veces vuelvo mucho
a donde nunca he sido)

 

 

 

 

ESCRIBO versos sobre las escaleras que bajan hasta el Duero
«Huele a nobleza de animal vejado»

Mujeres bellas
tienen la enfermedad de estarse quietas
y ver mucho la tele.

Las niñas tristes montan en bicicleta con los ojos cerrados.

A las seis de la mañana cantan los pájaros
y pasan los camiones de la basura.

Todo nos interroga
pero nada responde.

Y vivir es un lujo
que ha pasado de moda.
Luces que al encenderse nos dejan todavía más solos.

Solos
como el calor inútil de una lágrima.

 

 

 

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxRECUERDO de Mark Strand:
xxxxxxx«Donde quiera que estoy soy aquello que falta»

xxxxxxxxxxxxxxxxRecuerdo de Ledo Ivo: «Tampoco sé
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxsi Dios es el silencio o la palabra»

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxRecuerdo de Dionisia García:
xxxxx«Vamos a desaparecer sin saber qué es la Verdad
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxy quién la ha encontrado»

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxY me pregunto como Elliot:
xxxxxxxixxxxxxxxxx¿Dónde está ahora el conocimiento
xxxxxxxxxxxxxxxxxque hemos perdido en información?

 

 

 

Sánchez Robles, Miguel. Muro de escribir cosas que me dicen que existo. Madrid; Ed. Huerga & Fierro, 2017.

 

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