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MUJER DE BARRO Y SU FRUTO REDONDO

 

HERMOSA

No me digáis que es mentira
¡Soy hermosa, soy hermosa!
Tampoco yo lo sabía.

Pero mi amante lo dijo
cuando mi rostro bebía,
y, entonces, me vi en sus ojos…

¡No me digáis que es mentira!

 

 

 

 

BARRO

Es barro mi carne… ¿Y qué?
Cuando mi amante la besa
le sabe a nardos y a miel.

 

 

 

 

BESOS

I. — PRIMAVERA

¿Qué miras, amante, qué miras?… Parece
que algo en tus ojos florece, florece…

Él no me contesta… Se acerca, me mira…
No sé si sonríe, no sé si suspira…

Y, en el hueco tibio de mis manos quietas,
deja caer sus besos, como violetas.

 

 

II. — VERANO

El sol de la tarde
arde, arde, arde…

Mi amante me mira, pero dice que
con el sol de cara, casi no me ve…

Yo río por nada, con mi risa loca
y él besa mi risa besando mi boca.

Bajo sus pupilas de deseo llenas,
el beso, lo mismo que el sol de la tarde,
arde, arde, arde, dentro de mis venas.

 

 

III. — OTOÑO

¡Qué dulces las uvas dulces!…
¡Qué verdes tus ojos claros!…

Tú me mirabas, mirabas;
yo comía, grano a grano…

Y, de pronto, te inclinaste
y me tomaste en los labios,
húmedos de zumo y risas,
un beso goloso y largo.

 

 

IV. — INVIERNO

El rostro lívido y yerto
del invierno se asomaba
a los cristales, bañados
en llanto, de la ventana.

Llegaste de fuera, herido
de lluvia y vientos helados.
Tus manos, duras de frío,
se arroparon en mis manos.

Un beso fundió la nieve
que traías en los labios.

 

 

 

 

REVELACIÓN DEL ÉXTASIS

Amos puso sus manos —pasmo y fuego—
sobre nosotros. Hemos encontrado
nuestro divino centro
para girar, eternos, vivos, astros…

No, no existe la muerte. Somos vida.

 

 

 

 

CARNE DE MI AMANTE

Mármol oscuro y caliente
tallado en músculo y fibra.
Carnes de mi amante, carne
viril y prieta de vida.
Suave y blanda entre mis dedos;
fuego bajo la caricia.
Dulce y sabrosa a mis labios
como una fruta mordida…
Carne de mi amante, carne
tan mía como la mía.

 

 

 

 

DESEO

Tú, quieto, como piedra. Tú, frío, como piedra.
Yo, con mi brasa oculta por un velo ¡tan tenue!
que el roce de tus labios lo hubiera destrozado…

Pero no fue… Yo, acaso, te miré dulcemente;
acaso una sonrisa se me quedó en los labios…

Cien veces me has tenido. Antes. Después. Mil veces…

Y no sabrás que nunca, como entonces, se hubiera
alzado la perfecta llamarada del éxtasis.

 

 

 

 

VIEJA

Porque el collar de mis días
ya desgranó muchas cuentas,
por eso, sólo por eso,
decís que soy vieja… ¿Vieja?…

Aún los senderos del campo
son gozo para mis piernas.
Aún gusto del sol que abrasa
y de la luna que sueña;
de nadar en las corrientes
y correr por las praderas
riendo bajo la lluvia
cuando estalla la tormenta…
Aún puedo llorar por nada
y canto sobre las penas…
Y en el hueco de mi mano
guardo una esperanza presa…
Decís, a pesar de todo,
decís que soy vieja… ¿Vieja?…
Mi carne morena aún tiene
sabores de primavera:
¿No veis los ojos en celo
de mi amante sobre ella?

 

 

 

 

MORIR

No me da miedo la muerte,
pero ¡amo tanto la vida!…

¿Por qué ha de ser podredumbre
esta alegre carne mía
bruñida al sol y a los vientos,
ebria de ardores y risas,
limpia en las frías corrientes;
que ha sabido de caricias,
que ha florecido en un hijo,
que goza cuando respira?…

No, no es por miedo a la muerte,
que es por amor a la vida.

 

 

 

 

DECIRLO

He de decirlo, he de decirlo…
Aunque yo no quisiera, he de decirlo.

He de decir las alas en el viento.
He de decir las aguas en el río.
Y el verdor de las hojas y el azul de los cielos
y el de los ojos de mi niño.
He de decir los besos de mi amante
y la sonrisa y el suspiro…

He de decirlo todo, dulcemente,
aunque nadie me escuche, he de decirlo.

 

 

 

 

ARBOLITO

Me quedé mirándole:
era un gracioso arbolillo
en las esquina de mi calle…

De tan pardo y menguadito
casi no lo había visto
antes.

Ahora, quieta, mirándole,
con su gozo de hojas nuevas,
tiernas, casi fulgurantes
de puro verdes, pensaba:
¡Si retoñara mi carne
así, cada primavera!…

¡Mi vieja carne!…

 

 

 

 

LO MARAVILLOSO

Siempre, cuando me despierto,
sonrío y pienso:
Hoy sucederá algo grande,
maravilloso, perfecto;
hoy se cumplirá sin duda
el más lindo de mis sueños…

Y luego… no pasa nada:
Yo trajino, salgo, entro…
—Sólo un día entre los días…
El mocito a su colegio;
el padre con sus afanes…
—Deberes, barullo, juegos;
costura, un libro, la radio;
una regañina, un beso;
bromas, parloteo; nada.—

Y, al cabo, cuando me acuesto,
después de besar al hijo,
con la cabeza en el pecho
de mi adorado, suspiro,
entre soñando y durmiendo:

Acaso es verdad… Acaso
lo maravilloso es esto.

 

 

 

 

INDOLENCIA

Como agua entre los dedos se me fueron las horas;
como agua entre los dedos, sin sentirlas correr…
Me fue grato sentarme al borde del camino,
y ya anochece, y todo lo tengo por hacer…

¡Señor, que no se ponga mi sol, que no se ponga!…
—suplico con angustia—. Yo me apresuraré.

Y acaso si me dieran cien vidas, dulcemente,
como agua entre los dedos, se me irían también…

 

 

 

 

INSOMNIO

La noche es una pobre bestia oscura
herida a latigazos por el viento…

Mis ojos desvelados navegan en lo negro.
Mi corazón naufraga
entre el ansia y el miedo…

Y adentro, copo a copo,
se va tejiendo el verso.

 

 

 

 

ALUMBRAMIENTO

Es sencillo, sencillo…
Es tan terriblemente
natural y sencillo
como parir… El poema
sazónase como un hijo
en los profundos adentros…
De pronto, un día, sentimos
que nos desgarra la entraña…

Luego, un descanso infinito.

 

 

 

 

IMPOTENCIA

¿Dónde estarán las palabras
que digan lo que yo quiero?…

El verso que dejo escrito
nunca es del todo mi verso.

 

 

 

 

POQUITA LABOR

¡Qué poquita labor, qué poquita labor!…
Unos versos, un hijo, un hogar, un amor…

Pero tú, que me miras con desdén al pasar,
tú, que vas tan orondo… ¿Has hecho mucho más?

 

 

 

 

PIRATA

«—¡Orza la barra!… ¡A estribor!…
¡Izad el trinquete!… ¡Avante!…»

Las cuatro sillas navegan
por los mares orientales…

El cinturón erizado
de pistolas y puñales…

¡Qué revuelo de mandobles!
«—¡Mis tigres, al abordaje!…»

Se cae una silla: ruido,
narices llenas de sangre,
la blusa rota… —¡De todo
tiene la culpa Salgari!—

 

 

 

 

¿POR QUÉ?

Ancho ventanal del mundo
donde mi niño se asoma:

—Los ojos, dardos azules;
los labios, ávida proa—.

«—¿Por qué, mamita, por qué?…
¿Por qué esta cosa y la otra?…»

—Si yo lo supiera, hijo,
ese por qué de la vida,
si yo lo supiera, hijo…

¡Acaso no lo diría!

 

 

 

 

CRECIENDO

—¡Qué alto te veo, hijo mío,
cuando marchas a mi lado!

Ya no me das la manita:
Pronto, mi brazo en tu brazo.

 

 

 

Figuera Aymerich, Ángela. Obras completas. Madrid; Ed. Hiperión, 1999.

 

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