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LA LUCIDEZ DEL NÚMERO

 

xxxxxVI

Vivir sin memoria
tiene grandes ventajas,
por ejemplo: salir una mañana de algún sitio
valiente, celebrante,
sumando nueve, o doce, o veinticuatro.

Acordarse del mundo
da siempre decimales.

Morir es inexacto.

 

 

 

 

xxxxxVIII

No es el sudor ni el mar
lo que resbala de unos labios.
Es otro cuerpo
que dando gritos
me roba la paz de los amaneceres,
cuando levanto la vista hacia paredes, valles, rostros
y la vida vivida me recorre
como un rayo impreciso.

Es un cuerpo
que me arranca del sueño,
me regresa al mañana me regresa a los límites.
Soy yo, mortal y herido, altamente improbable,
habitante carnal que me sume en las sombras.

 

 

 

 

SOÑADA DUREZA

A veces también llega una mujer
al borde de mi sueño.
Me mira y no lo entiende. Se desnuda.
No sabe que ha venido, no lo sabe
pero yace junto a mí en la desolación.
Ella duerme muy lejos, ajena a su delirio
y cuando se despierta al otro día
sólo recuerda piedras, grandes piedras
caídas en su sueño.

Ignora que vertió toda su piel en mis labios.
Que devoré su fruto hasta saciarme.
Tampoco sabe
que apenas nos amamos, como dioses sin rumbo.

 

 

 

 

PROFECÍA

Los libros que no he leído
me tiran piedras,
piedras como cuchillos piedras como hachas,
me tiran piedras porque nunca sabré
ni parece importarme
que en uno de ellos en páginas interminables
se cuenta el suceso de mi desaparición.

Los libros que no he leído son números larguísimos
donde no cabe ni la esperanza ni el error
y confirman la vibrante sospecha
de que los días últimos son también los más crueles.

Oh lejanía. No existes.
Las ciudades no nos verán llegar
y nos acompañará la demolición del cielo.

 

 

 

 

xxxxxXVI

El día siempre empieza
sumiso con las órbitas
pero siempre termina
hundido en el deseo y en las cifras.

Lo recuerdo todo.
No es cuestión de memoria:
es de principios.
Así era en el tiempo de la piedra
y las enumeraciones.

Esa es mi salvación
y mi condena:
yo soy la suma de todos mis días,
todas esas monedas tiradas en un pozo.

 

 

 

 

xxxxxXXIX

Fue el relato, no el mundo, lo que nos trajo hasta aquí.
Fueron los códigos.
Fue el orden de la piedra.
Fue la fundación de la palabra.

Si hubiera otro mundo posible
ya habríamos celebrado en él la mediocridad del metal;
ya habría sido perseguido por dioses infinitesimales
y por nuestro corazón ebrio y maltratado
y por la melancolía de los poderosos.

Mundo solo mundo impar, barco por el cielo.

Otro relato es posible,
pero el mundo
es un valle de alacranes y de arena
ignorado por nosotros y maldito por los desposeídos.

 

 

 

 

xxxxxXXXIII

Nosotros, que defendimos lo diverso,
el patio propio con higuera y fuente
hemos asistido con asombro
a la profusión de reses ofrecidas al dios de lo plural,
a la llegada chirriante de los cuchillos
que blanden
los que han encadenado a Prometeo por cometer pecado de soberbia,
por mantener relatos muy sesgados y poco contrastables
y haber hecho del fuego un episodio escaso.
La historia, nos dicen, la historia ha terminado
y sólo quedan luces encendidas.

No es cierto.
Ellos son la prueba del desastre.

 

 

 

 

DRAMA DEL NÚMERO

Sólo la guerra o el hastío
podían poner fin a los discursos,
y han llegado los dos.
Las imágenes
no son sino la condena de quien vive sin historia,
no son sino la ventana de la mudez eterna,
peces que no disuelven el agua en la que habitan.

Han llegado los vendedores de deseo.
Ignoran que lo tenemos todo, que el drama
es no poder nombrarlo.

 

 

 

 

FUTURO IMPERFECTO

Cuando seamos mayores,
más mayores,
no nos va a creer nadie.

No ya los de después,
los que suben a escena para contar la historia
y anuncian tiempos nuevos.

No nos va a creer nadie de los nuestros.

 

 

 

 

LA HOGUERA

Aquella tarde consiguieron que el fuego
durase hasta la noche
y el fantasma del frío
durmiera junto al agua.
Los animales
exhibían su muerte
como un reciente don, junto a la cueva
y los viejos contaban las primeras historias
—aún sin nombre sus hijos—
en torno a la madera y a la piedra
enfebrecidas por la llama.
Cien mil años después
la promesa no fue mantenida
y sus descendientes fueron devorados por la soledad.

Hay niños que no llegan nunca a adultos
porque nadie les enseña el secreto de los códigos
y hay dehesas, dehesas, eternos encinares
llenísimos de ahorcados.

 

 

 

Sánchez Gatell, Miguel. La lucidez del número. Madrid; Bartleby editores, 2014.

 

 

 

P.D. Si les apetece, aquí tienen la conversación que hace cuatro años mantenía el poeta y periodista José Antonio Martínez Muñoz con el autor de los versos de este post, con motivo de la salida del libro.

 

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