MAYAKOVSKI — POEMAS 1.913-16
LA REBAJA
Ronde la calle a una mujer
o mire apenas a un transeúnte,
todos con recelo sujetan del bolsillo.
¡Imbéciles!
A los pobres
¿qué les puedes robar?
Con los años se enterarán:
aspirante a dos metros de la morgue municipal,
yo
soy infinitamente más rico
que un Pierpont Morgan.
Dentro de equis años,
en fin, no muchos,
—palmaré de hambre
o me encararé a una pistola—,
a mí,
al pelirrojo actual,
me estudiarán profesores, pieza por pieza.
Cómo,
cuándo,
dónde apareció.
Desde la cátedra
un idiota frontudo
me catalogará de ángel malo.
La muchedumbre se inclinará
adulona,
pueril.
No me reconoceréis
—seré distinto a mí—.
Pintará en mi testa calva
cuernos o aureolas.
Todas las colegialas
antes de ir a la cama
ellas
no dejarán de pasmarse, leyendo mis versos.
Pesimista,
sé
que será eterna
la colegiala en la tierra.
Oigan,
todo lo que posee mi alma,
imposible calcular sus tesoros,
el esplendor
que adornará mi paso a la eternidad
y aun mi propia eternidad,
que, patullando por los siglos,
convocará la dieta mundial de los postrados,
todo eso, ¿aceptan?,
ahora mismo lo cambio
por una sola palabra
cariñosa
humana.
¡Gentes!
Pisando calles, hollando centeno,
venid de todos los confines.
Hoy
en Petrogrado,
en la Nadézhdinskaya,
por menos de un bledo
se vende una preciosa corona.
Por una palabra humana.
Barato, ¿verdad?
Anda,
prueba
a encontrarla.
¡Que si quieres!
OIGAN
Oigan:
si encienden las estrellas
es porque alguien las necesita, ¿verdad?,
es que alguien desea que estén,
es que alguien llama perlas a esas escupitinas.
Resollando
entre tormentas de polvo del mediodía
penetra hasta Dios,
teme haber llegado tarde,
llora,
le besa la mano carniseca,
implora
que pongan sin falta una estrella,
jura
que no soportará ese tormento inestelar.
Y luego
anda preocupado,
aunque aparenta calma.
Dice a alguien:
¿Ahora no estás mal, eh?
¿a que ya no tienes miedo?
Oigan, si encienden
las estrellas
es porque alguien las necesita, ¿verdad?
Es indispensable
que todas las noches
sobre los tejados
arda aunque sea una sola estrella.
LILICHKA
xxxxxEn vez de carta
El humo del tabaco resquemó el aire.
El cuarto, un capítulo en el infierno kruchonijiano.
¿Te acuerdas?,
tras esa ventana,
por vez primera,
acaricié, frenético, tus manos.
Hoy estás
con el corazón acorazado.
Otro día más,
y me expulsarás
abrumándome de injurias.
En la turbia antesala no acierta
con la manga la mano quebrada de temblor.
Huiré,
arrojaré el cuerpo a las calles.
Arisco,
enloqueceré
tajado de desesperación.
¿Para qué eso?,
querida,
piadosa,
déjame decirte ¡adiós!
Aunque no quieras
es mi amor
lastre que arrastrarás
adonde vayas.
Deja que llore en el último grito
el amargor del desaire.
El buey cansado de trabajar
va
y se tumba en las aguas frías.
Para mí
no hay otro mar que tu amor,
y tu amor no concede descanso.
Si quiere calma el elefante agotado
se acuesta majestuoso en la arena encendida.
Para mí
no hay otro sol que tu amor,
y yo no sé dónde estás, ni con quién.
Si atormentaran así a un poeta,
él,
por dinero, cambiaría a su amada y la fama,
pero a mí
no me alegra otro sonido
que el sonido de tu nombre entrañable.
No me arrojaré al patio,
no beberé veneno
ni podré apretar el gatillo en la sien.
En mí,
aparte de tu mirada,
no manda el filo de las navajas.
Olvidarás mañana
que te coroné,
que abrasé en el amor el alma florida,
y el carnaval agitado de los días vanos
aventará las páginas de mis libros.
Las hojas secas de mis palabras
¿harán detenerte
y respirar con ansiedad?
Déjame
que con mi última ternura alfombre
tus pasos que se van.
Mayakovski, Vladimir. Poemas 1.913-16 (Trad. José Fernández Sánchez). Madrid; Ed. Visor, 1972.