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AMARU – CIEN POEMAS DE AMOR

 

xxxxx12

Ella a sus amigas:

Cuando mis ojos se encuentran con sus ojos,
inclino yo mi rostro
y fijo en el suelo mi mirada;
obstruyo mis oídos,
por muy ávidos que estén
de oír su voz y sus palabras;
con mis manos oculto las gotas de sudor
que brotan en mis mejillas erizadas.
Mas, oh amigas, ¿qué haré?
los lazos de mi blusa se han soltado.

 

 

 

 

xxxxx18

El poeta:

Viendo a sus dos amadas
sentadas en el mismo lecho,
cautamente se les acerca por detrás;
y, como si jugara,
cubre con sus dedos
los ojos de una de las bellas;
y luego, volteando levemente la cabeza,
el muy astuto besa a la otra,
cuyos vellos se erizan de placer,
mientras su corazón palpita de emoción
y una sonrisa contenida ilumina sus mejillas.

 

 

 

 

xxxxx32

Ella:

Mis compañeras me dijeron: «Se ha dormido,
duerme tú también, amiga» y nos dejaron.
El amor me dominó
y, sin pensar dos veces,
puse mis labios sobre los labios de mi esposo,
mas, al erizarse de emoción su rostro,
comprendí que su sueño era fingido;
me avergoncé,
mas él, con actos apropiaados
puso fin a mi vergüenza.

 

 

 

 

xxxxx32

Él:

Cuando mi estrecho abrazo presionó sus senos,
su piel se erizó,
con la extraordinaria intensidad
de su apasionado sentimiento
su vestimenta resbaló de sus caderas,
mientras ella, con débil acento, me decía:
«No, no, ya basta».
Y luego—
yo no sabré decir
si se quedó dormida o si desfalleció,
si se refugió en mi corazón
o si se derritió entre mis brazos.

 

 

 

 

xxxxx39

El poeta:

Después de larga ausencia,
lánguidos sus cuerpos
por la pena que les causa
su deseo insatisfecho,
están felices, juntos de nuevo,
los jóvenes amantes:
es cual si naciera un nuevo mundo para ellos.
Lentamente pasó el largo día
y llegaron las sombras de la noche,
mas tenían tanto que decirse,
que casi el tiempo les faltaba
para sus juegos amorosos.

 

 

 

 

xxxxx40

El poeta:

La guirnalda de homenaje
no fue hecha con azules lotos del estanque,
mas con las amorosas miradas de sus ojos;
ni con jazmines y con rosas
la oblación de flores,
mas con las dulces sonrisas de su rostro;
ni con el agua contenida en una copa
la ofrenda del agua de hospitalidad,
mas con sus hermosos senos
adornados con finas gotas de sudor:
así la bella da la bienvenida
al amante que recién llegaba
con los encantos de su propio cuerpo.

 

 

 

 

xxxxx48

Una amiga a ella:

Mujer de inconstante corazón
¿por qué en esta forma has desdeñado
al amante que llegó a tu casa
y se prosternó ante tus pies,
con los ojos húmedos de llanto?
Desde ahora, mientras vivas,
no conocerás la alegría y el placer
y las lágrimas serán tu único refugio;
sufre el fruto de tus nefastas iras.

 

 

 

 

xxxxx60

El poeta:

Los esposos
arrastrados por el torrente de su amor
y contenidos por el dique
de las personas mayores de la casa,
aun estando juntos
no pueden dar satisfacción a sus deseos.
Están el uno frente al otro,
sus cuerpos parecen ser pinturas,
y beben el néctar de las miradas de pasión,
que les brindan los negros lotos de sus ojos.

 

 

 

 

xxxxx84

Una amiga a ella:

Sin considerar las consecuencias
que podrían tener para tu amor,
sin respeto alguno para con tus amigas,
bruscamente, mujer irreflexiva,
te has dejado dominar por la cólera y los celos.
Con tu propia mano has echado sobre ti
carbones encendidos,
cuyas llamas resplandecen
cual el incendio de la disolución universal.
Basta ya de lágrimas:
es llorar en el desierto.

 

 

 

 

xxxxx86

El poeta:

Su amante regresó
y, llena el alma de deseos,
ella pudo, mal que bien, pasar el día;
luego fueron a su alcoba,
y sus desatinados servidores,
conversando y conversando, no se iban.
Mas al fin,
impaciente por gozar los placeres amorosos,
la bella exclamó: «Algo me ha picado»
y, agitando su fino chal de seda,
apagó la llama de la lámpara.

 

 

 

 

xxxxx90

El poeta:

Ella le dio, con cólera, la espalda
y, fingiendo descaradamente que dormía,
cerró los capullos de sus ojos;
él, experto en el Arte del Amor,
juntó su cuerpo con su cuerpo
y puso, suavemente, con temor, su mano
sobre la hebilla de su cinturón.
Ella, entonces, contrajo la cintura.

 

 

 

 

xxxxx97

Ella a una amiga:

Cuando mi amante subió a mi lecho,
de por sí sola se soltó la hebilla de mi cinturón
y, mal sostenido en mi cintura,
mi vestido se deslizó por mis caderas.
Eso es lo único que sé,
pues, apenas sentí el contacto de su cuerpo,
de todo me olvidé:
de quién era él,
de quién era yo,
de cómo fue nuestro placer.

 

 

 

Amaru. Cien poemas de amor (Trad. Fernando Tola). Barcelona; Barral editores, 1971.

 

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