COMO LA NOCHE QUE NUNCA AMANECIESE
¿ESTÁS ahí, Job?
Soy yo:
Lola López.
Hablo contigo, Job.
Estoy aquí.
Trago saliva, Job,
estoy muriendo.
Soy yo:
Lola López,
tragando saliva
emparedada y sola,
muerta a caballo,
Job:
muerta a caballo.
Entablillada y muerta
y con ganas de hablar
de mi cansancio.
Carcomida en los bordes.
Arrodillada en la desesperanza.
¡Tiesa!
Ciega de vodka
y paz sin esperanza.
Traigo los ojos
que el tiempo me ha dejado.
Estos ojos desnudos
como un cielo vacío,
hundidos en las cosas
como un calor sin sangre,
picoteados deprisa
por la desolación.
Traigo estos ojos sucios
que no comprendo,
ni amo,
ni me gustan.
Votivos,
para que tú los veas
y me escuches por ellos,
me ayudes a morir
y me acompañes, Job,
y me acompañes.
Soy yo:
Lola López llorando para nadie.
ME ha matado la vida
y es que no hay nada, Job,
sólo esta grieta pútrida
que ha abierto el tiempo en mí,
tempranamente en mí,
tempranamente.
Yo nunca estuve.
Tardé mucho en saberme,
en descubrir quién era,
dónde estaba.
Por las noches dormía
y un hombre triste
—ahora lo intuyo quieta
aquí llorando—
se fumaba cigarros junto a mí.
Era mi padre muerto,
que todavía me amaba
y venía hasta mi cama
para llorar por mí
y el hijo que no tuve.
AQUÍ estoy, Job,
lánguida y sin fe,
revolcándome entera
en el sucio saber
de los adultos,
proyectando palabras para ti,
como tipos de úlcera,
construyendo lasamente las frases,
restregándome, Job,
en el desinterés,
la imbecilidad
y esta nada común,
silenciosa y doméstica
de días porque sí,
irme gastando
en este acabamiento,
palpándome la parte más cansada,
hurgándome esta herida
que crece en los motivos,
oyéndose ambulancias y sirenas
y palomas zurear en el alféizar.
VEO la vida y el mundo
como si estuviesen detrás de un cristal,
verdes, quietos,
húmedos, fríos,
más fríos de lo debido.
Veo siempre
la misma pobre luz,
siempre gangrena.
Estoy acostumbrada
a ver morir despacio mis pedazos,
a presentir un enorme tumor
en medio del presente,
acampado y moviéndose
con ritmo de babosa
por mis labios.
Se me ha acabado el hambre por la vida,
Job,
por eso estoy aquí,
hablo contigo,
me quiebro en las palabras que pronuncio
y me desangro, Job,
y me desangro
despacio en esta ruta
sin orillas.
CADA uno fabrica su papel
y éste es el mío
y lo juego sin gracia,
bajo el envejecimiento
y la costumbre,
lo juego, Job,
sin ganas de jugarlo.
Equivocadamente,
de una vez para siempre,
sin revancha,
como aquella gitana
que me dijo:
Tendrás hijos raquíticos
y ciegos…
AQUÍ,
convertida en mentira,
con los ojos muy próximos
de un Cristo que me mira en majestad
desde un cuadro barato
hecho de un almanaque
de Espigas y Azucenas.
Aquí,
junto al olor de pasto
que emanan las despensas,
cerca de la ceniza,
con la saliva llenándome la boca,
solitaria en Madrid
en un décimo piso
de cuatro habitaciones
del que puedo tirarme libremente,
libremente morir contra el asfalto.
Aquí,
siendo tan sólo
una triste presencia,
para el mundo
y los hombres
y las estadísticas.
NO soy:
huyo.
Bajo las bóvedas y el miedo
cierro los ojos
y huyo para siempre
apilada en la nada
sin un resto de amor
ni de conciencia.
AHORA me lavo, Job,
y lavo un muerto.
Tengo la sensación
mientras me lavo,
de estar lavando un muerto
con paciencia.
la vida se acabó.
No queda nada.
Es una polvareda
partir yéndose,
arrastrando recuerdos
y cristales,
como un chorro de angustia
partir yéndose,
cayendo
haciendo charco
en los espejos,
llevándose consigo
sin perdón
los otros porque sí
que nunca tuve.
TODO es siempre un lugar
que se derrumba
y eso soy yo:
yedra que se desploma,
carne blanca en el suelo,
empachada de tardes amarillas,
harta de iguales diálogos
en iguales sitios,
de iguales risas,
en iguales sitios,
de iguales vicios,
en iguales sitios,
todo igual
siempre igual
y yo en el suelo
como un gran animal
paciendo su vacío.
EL sabor de la angustia
se alimenta en mis ojos
y me apaga los días.
Es más dulce el suicidio
que esta diaria gangrena,
esta melancolía
dentro del corazón
queriendo reventarlo,
o esta cosa innombrable
que me hace casi aullar
cuando estoy sola
y pienso
que tuve dieciocho años.
LO que nos rodea
está tan etiquetado
que quisiera escupir.
Luego lleno otro vaso,
pienso,
deduzco que estoy viva
y siento una tristeza
de peces desovando
herrumbre sobre mí
y sobre las cosas.
Delante de mis ojos
así es la Vida, Job:
días interminables
como la vejez,
afasia
y cáncer.
Premorir,
sonámbula sin causa
premorir;
en mitad de timbales
y graznidos
como un remo en el fango
estoy muriendo.
SIENTO cerca cuajarse
los desperdicios mismos
de mi respiración
y esa eterna tristeza
de mis dedos tocando
el rostro del cansancio.
Todas las ratas
comiéndose mi nombre,
el tedio de mi nombre
y su sonido.
Me anida una gangrena
de carne y amargura.
Oh tiempo de suicidio,
tiempo pastoso,
cruel,
estar aquí bulléndome
como los doce mil ojos
de la avispa.
Quiero alargar la mano
hasta tocar un pájaro.
Quiero dormir cansada
de algo que no sea
esta nada pastosa de los días,
de días silenciosos y vacíos
cada vez más monótonos
y muertos.
SOY Lola López,
adicta a la tristeza,
embarrizada
y tiesa,
masticando recuerdos
como sogas,
esos recuerdos densos
que nos devuelve el Tiempo
como cadáveres ahogados
a la orilla venir
de una playa
sin pájaros
ni espuma.
Lola López,
padeciendo domingos
como orugas,
bebiendo tragos largos,
añorando en secreto
otro contexto
o comprender acaso
qué cosa fue la vida,
dónde estuve.
(ME recuerdo lamiéndome.
Enloquecida en los vientos disipados
de mi juventud
aceptando monedas
y besos con alcohol.)
SOY yo, Job,
Lola López,
cansada de ser
todo el tiempo yo misma,
como una inflamación,
como un tormento,
todo el tiempo yo misma
aquí encerrada
en este cuerpo mío
canceroso
y estólido,
repleto de varices
y de llagas.
Todo el tiempo yo misma,
disecada,
enorme y verde,
como una aparición
enorme y verde,
todo el tiempo yo misma
como una letanía aborrecible.
Todo el tiempo yo misma Lola López
víctima de un degüello general.
LOLA López,
Estabulada
y muerta,
al cabo de los años
perramente llorándose
a sí misma.
Lola López
borracha,
emborrachada,
con el alma agredida
por el vodka
y una laja de piedra
en cada ojo.
Lola López
cadáver insepulto
viendo las calles, Job,
quedarse solas
y un gran montón
de luces para qué.
MI porvenir
se aloja en la gangrena
es un puñado de hastío
creciendo,
introduciéndose
adentro de mi boca.
TODA mi vida he estado
esperando, Job, que algo sucediera.
No ha sucedido nada.
El suicidio y el asco
planean sobre mí
como la sombra trágica
de un pájaro gigante,
porque decir mañana
es decir sólo
una vana palabra
de seis letras.
¿ADÓNDE lleva, dime,
esa escalera, Job, de la paciencia?
¿Alguien muere
y nace una amapola?
¿Sientes tú también, Job,
la muerte estar aquí,
verla,
sentirla,
tocarla con las manos
y la lengua?
¿Mientras duró el encanto,
dónde estuvimos, Job,
dime qué hicimos?
SIENTO el azufre
gastándose en mis labios
y el caballo del ansia
perdiéndose a lo lejos
llevándose el sentido de mi vida.
La vida, Job,
ese trozo que pasa
con andar de elefante
y fondo de penumbra.
El mar quiere vencernos
y no podemos, no,
no podemos drogar
todos los actos.
Sánchez Robles, Miguel. Como la noche que nunca amaneciese. Alicante; Ed. Aguaclara, 1995.