DE VIEJAS ESTACIONES INVERNALES
ACADEMIA DE CORTE Y CONFECCIÓN
Inevitable rastro. Borroso fotograma
de un paisaje hoy cercado por ruinas, en el límite
de la vieja ciudad donde las tapias
se hacen decrepitud, materia en despedida.
Sobre el muro, ya sin color, ajado
—tanta lluvia, desleída en los años,
difuminó el añil que hiciste propio—
quedan las letras, los perfiles del estremecimiento.
Academia de corte y confección.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxQué asedio; algo borrosos
llegan a la memoria los portales donde acampó,
indeciso, el ensayo amatorio, la cautela
perdida en las aceras y en la bruma,
entre lanas y fieltros e imperdibles mojados,
sobre telas marcadas por tiza casi añil y olorosas a cómoda.
Edificio en declive.
A su sombra aún respiran
mujeres de crepúsculos perdidos
amadas desde lejos, perseguidas por callejas muy tristes
—¿por qué era invierno siempre?— con la vaga esperanza
de ablandar tradiciones
que prohibían deseos y caricias.
Y es el aire y su abrigo, la memoria de un beso
teñido por la urgencia, el helado mandato
de un reloj insalvable, el que medía
la hora del regreso cada noche.
PUEBLO ABANDONADO
En este cántaro, en este pueblo herido
por el viento y la huida, por los pájaros últimos
de viejas primaveras, nada crece, nada busca
la voz, el horizonte.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxTodo muere,
se hace ruina, silencio, desolada
penumbra.
Acaricias las piedras, las maderas vencidas,
los nidos huérfanos, te pierdes por senderos
donde crece, cual hiedra, el abandono
y el recuerdo del tacto se pierde entre los días,
que se han hecho rastrojo.
En esta zanja nadie ama, ni canta. Gana el polvo
la batalla, es quimera el regreso
del agua.
xxxxxxxxxYa no sabes qué hacer, dónde extender los sueños
que heredaste, la vida legada por los tuyos.
Caminas entre escombros,
entre enseres inútiles, hundido en un paisaje
que es tan solo memoria,
rescoldo de una tierra y de un tiempo
jamás recuperables.
EL CUARTO Y LA CALLE
xxxxxI
Perdido, atento —tras la ventana que reincide—
a las calles vacías, a ese andar solitario
de la silueta anónima que arrastra entre las casas
un lastre oscuro, indefinido,
te preguntas por la vida.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEsa duda
que eleva en el alcohol, a veces, su estatura
inestable, su cáscara más ácida,
te persigue.
Más allá de este cuarto, en el límite gris de tu mirada,
camina el hombre oscuro, el desconocido, la sombra
—quizá por ti habitada—.
Huye del escenario que poblaste de escombros
buscando luz incierta en la ventana
mientras crece el invierno.
xxxxxII
El sol, otoñal y dudoso, nos vigila, se detiene
en los objetos que, en la mesa, brillan de pronto, te revelan
la pasión contenida de las horas recientes.
Derrotado, amarillo, ilumina el papel,
su interrumpida fiesta de las palabras, o ese libro
aplazado y sombrío que en la mesa reposa
desde meses atrás y nos contiene.
Y momentos idénticos a esta tarde apagada
arden en tus papeles mientras llegan
de la calle las voces y te duele
su incierta lejanía, su ausencia de este cuarto
donde crecen las letras.
Y te invade una conciencia ambigua
de traición y silencio, acaso
el dolor de un olvido involuntario.
TU BRUMA
No confundas la noche con tu noche, la bruma
con tu bruma.
xxxxxxxxxxxxxxBebe tu soledad, camina
por las altas cornisas donde la angustia llueve
a veces.
xxxxxxxxPiénsate vencido.
Noche y bruma, así, sin adjetivo, son otras.
Otros cuerpos habitan sus dominios, no
tu noche: ella jamás podrá dejar sus ruinas
en el jardín ajeno, en el corazón algo turbio de los otros.
No confundas la noche que vives con la noche.
Es tuya solamente: antigua propiedad que odias a veces.
VIEJA TRAICIÓN
¿Por qué me amarga tanto
ese beso perdido
en las islas en sombra
de antiguas despedidas?
¿Por qué, como un destello, aturde
mi conciencia el rescoldo
de un acto que fue hurto,
bien medida traición, preámbulo
de la distancia
que han abierto los años y los trenes?
MEMORIA DE LOS TRENES Y DEL TIEMPO
xxxxxIV
Una muchacha azul tu silencio buscaba.
Su mirada era un río sin cercos
resbalando en maderas, en vidrios ateridos,
cuando el campo dormía y en ti el hombre y su riesgo
asomaban despacio con el miedo en el rostro
en busca de ciudades para siempre abolidas,
para siempre.
La adolescente azul fue en el tren de aquel tiempo
la caricia imborrable, el beso y el ensalmo
cuando julio cumplía el trámite forzoso
de salvar el verano del abismo.
Rico, Manuel. De viejas estaciones invernales. Tarragona; Ed. Igitur, 2006.