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ESCUELA DE ARTISTAS

 

ÚLTIMA VOLUNTAD

No contenta con otorgarle un talento desmesurado para la música, la naturaleza también le había dotado de una intransigencia feroz hacia los gustos del que debía ser su público. Que el silencio de este hacia su producción se prolongara a lo largo de su vida y su carrera no hizo más que aumentar su singular empeño sobre sus partituras. Desde el amanecer, y hasta altas horas de la noche, tocaba su piano y escribía hileras incesantes de notas, prácticamente sin salir de su estudio. De forma que, cuando murió, los pocos que lo habían visto en los últimos años de su vida —el servicio de la casa, un par de médicos— atestiguaron que su continua inclinación hacia el trabajo lo había dejado encorvado, incluso jorobado.
xxxUno de los criados sabía leer música y había curioseado entre sus papeles, y una tarde silbó alguna tonadilla de su señor fallecido camino de las tabernas del puerto. Hasta las bestias más broncas de esos tugurios quedaron fascinadas con aquella melodía. Pocos días más tarde, nuevas y maravillosas canciones se multiplicaron por la ciudad. Los mismos empresarios que dieron la espalda al maestro en los inicios de su carrera no tardaron en disputarse el acceso a su estudio. En apenas dos meses se estrenarían tres sinfonías y dos óperas en los mejores escenarios del país.
xxxEn medio de la expectación, un periodista dedicó una tarde y una noche a escribir una larga crónica sobre el artista, que publicó al día siguiente y tuvo un gran éxito, aunque el autor no llegó a saberlo: había aparecido muy temprano en las afueras de la ciudad, tras entregar el texto a la rotativa no durmió en toda la noche, y ahora profería un discurso inconexo, presa de una demencia súbita y fulminante: se suicidaría a los dos días en su celda, en un hospital psiquiátrico. Más tarde, se sabría que el impresor que compuso el texto salió justo después a la calle y se arrojó a las ruedas de un carromato de gran tonelaje.
xxxLlegaron las distintas noches de los ansiados estrenos: en el mismo momento en que comenzaban a ejecutarse las piezas maestras, terribles incendios fortuitos fueron prendiendo uno tras otro en los edificios hasta asolarlos. Los supervivientes hablaron de risas terribles que procedían de todas partes, así como de sombras entre las llamas donde había podido distinguirse la silueta jorobada del músico.
xxxQue muriesen en circunstancias igualmente terribles los pocos empresarios, orquestas y cantantes que, a pesar del miedo que ya se propagaba, aún se aprestaron a ensayar otras piezas de aquel ingente legado —accidentes horripilantes, determinados por inexplicables coincidencias, siempre con algún testigo que refería las mismas risas y la misma sombra encorvada— terminó de convencer al país de que la cabezonería del maestro, su determinación a dar la espalda a su público, lo había acompañado más allá del umbral de la muerte.
xxxCientos de manuscritos de papel pautado fueron entregados a las llamas; idéntico destino corrieron los pocos dibujos que, con más imaginación que otra cosa, habían publicado los periódicos para dar rostro a aquel mito que debía desaparecer tan pronto como empezaba a ser forjado.
xxxAños después, aún se daba el caso de algún infeliz que, por conservar en la memoria alguna de las melodías del maestro maldito, cometía la imprudencia de silbarlas en público, siquiera de tararearlas a media voz. Se le degollaba sin miramientos.

 

 

 

 

YO ME QUEDÉ A VIVIR EN EL LENGUAJE

Yo me quedé a vivir un tiempo en el lenguaje. Sentí de esa manera, en mis paseos y bajo mis pies, los sólidos cimientos de la etimología: la rara exactitud de las raíces griegas, la ubicuidad un poco prepotente de la vieja Roma; la música enmarañada y perturbadora de las músicas árabes y hebreas. Arañaba mi cuerpo, cuando yo pasaba, el enramado exótico de la lejana Persia y la violenta sequedad de la cercana África; divisaba también, aquí y allá, de vez en cuando, místicos faros indios, la gravedad primera del sánscrito, y pude oír en la lejanía voces más viejas que Europa.
xxxDespués sentí cómo la flecha del tiempo que me impulsaba cambiaba su curso.
xxxAl fin, los ecos del pasado se van terminando y hay un silencio ahí delante que yo identifico con el futuro. Si en el pasado ha habido las voces discordantes, ruidosas y babélicas, en el futuro no logro oír nada. Y no sé si lo debe interpretar como la página en blanco de lo que debe ser dicho todavía en formas aún inconcebibles, acaso una telepatía que confirma ese silencio, un silencio preñado de ideas y sentimientos proyectados a la velocidad de la luz, la luz del pensamiento, la luz del corazón; o acaso es el silencio de una especie que por fin ha logrado su vieja aspiración de aniquilarse a sí misma.
xxxNo, no estaba equivocado.
xxx¿Había llegado la hora de la telepatía, allí en el demorado calendario futuro?
xxxNo, no, me equivocaba. Yo no podía oír ningún futuro.
xxxEstaba en el pasado como siempre. Y traté de servirme de la ciencia para escapar de allí.
xxxHay quienes creen que la telepatía prescinde del lenguaje y no es así, tal sistema crece y se extiende por los mismos vasos y ramas, desde las mismas raíces del lenguaje. El dolor y la distancia, el órgano y el impulso nervioso. Pero huyo al pensamiento tratando de explicármelo y dejo de oír también hablar a todas aquellas voces antiguas, ya solo me oía a mí mismo. ¿No era ya la hora de salir al presente y escuchar la voz de los otros? Oí el balbuceo de un mono y comprendí que era yo otra vez, que había regresado a la casilla de salida.

 

 

 

 

ILUSTRACIÓN, ROMANTICISMO

Todo el ruido del mundo confluye en una sinfonía, escribió el ilustrado en su último delirio. Y más tarde el romántico, ya sordo, compuso la última, definitiva sinfonía.

 

 

 

 

EL LIBRO QUE ALGUIEN SUBRAYÓ

Tomo prestado un libro de la biblioteca pública y compruebo con fastidio que algún lector previo ha ido subrayando, en casi cada página, sus muchas frases sentenciosas, ciertamente ingeniosas y con indudables atisbos de sensibilidad, de inteligencia o de verdad, pero que acaban pareciéndome, en su acumulación, un exceso de fuegos de artificio. Bueno, no me gusta demasiado, pero tampoco me disgusta lo suficiente como para abandonarlo y sigo navegando sin demasiada curiosidad por su chisporroteante, inocua trama.
xxxA mitad de novela me sorprende descubrir que aquel lector previo dejó de repente de subrayar, lo que me sorprende y me fastidia, y me sorprende ahora, sobre todo, mi fastidio. ¿Por qué dejó de hacerlo? Sigo encontrándome prácticamente en cada página todas aquellas sentencias y frases que, estoy convencido, aquel lector había subrayado si no hubiera sido víctima de su pereza súbita.
xxxAntes de darme cuenta, tengo un lápiz en la mano y sigo leyendo el libro subrayando aquí y allá todo aquello que ese lector que me precedió debía haber subrayado. Y esta también te habría gustado, ¿no es así?, me digo. Y esta, y esta, y esta. Procuro terminar pronto la lectura de aquella novela intrascendente, acelero el pasar de sus páginas conforme me acerco a su final: cuarenta páginas, veinte, diez, cinco, sin dejar de hacer todos aquellos subrayados hasta llegar a la última página, su última palabra, momento en que corro a la biblioteca para devolver aquel libro fastidioso, ya terminado de subrayar, y olvidarme, librarme de una vez de él.

 

 

 

 

ILUSIONISTA

Un mago y su prodigio: hacer que aparezcan o desaparezcan del escenario objetos, animales, un ayudante, algún que otro miembro de su público. Él tenía un talento diferente, pues solo podía hacer que fuese él mismo quien desapareciera; de una forma tan absoluta que sus espectadores jamás se hartaban de su número: también lograba desparecer de la memoria de todos.
xxxPor eso, solo cambiaba de ciudad si se aburría. Nadie lo conocía nunca. Noche tras noche, de teatro en teatro, su vida se repetía como una eterna novedad para los otros mientras él soñaba con su desaparición definitiva.

 

 

 

 

EL METÓDICO LECTOR

Era un lector metódico, de los que ya no quedan; incapaz, por ejemplo, de dejarse a medias una novela, cualquiera de ellas, por mediocre que resultase. Pero su talón de Aquiles lo constituían los periódicos: podía prescindir de la ficción, mas ¿cómo iba a procesar la realidad de ahí afuera sin devorar la prensa diaria de cabo a rabo, cada uno de sus artículos y reportajes, sus columnas y editoriales, hasta la más mínima nota?
xxxPoco a poco, la variedad y la extensión de los tabloides existentes en el mercado lo fueron sobrepasando y debió dejar para el día siguiente los ejemplares del día de hoy. Durante varias semanas se esforzó por recuperar ese día perdido, un hoy que huía sin remedio, pero sus trabajos y obligaciones ampliaron la demora: dos, tres, cinco días, una semana… Su actualidad fue atrasándose despacio, de forma irrevocable; se hacía más y más grande, insalvable, la grieta que separaba el día del que trataba de informarse, hasta el más mínimo detalle, del día en que su cuerpo, que no su mente, habitó sin remedio, con una inconsciencia y una ignorancia que le producían un vértigo irresistible.
xxxTerminó arrojándose al vacío desde el séptimo piso de su casa. Las hojas de un periódico con fecha de cinco o seis años atrás revoloteaban alrededor de su cuerpo destrozado, todas ellas con noticias de un mundo extinto hace mucho salvo aquella, inexplicable para quienes encontraron su cadáver, que daba la noticia exacta de su caso y su suicidio.

 

 

 

López, José Óscar. Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena; Ed. Balduque, 2017.

 

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