MI COLUMNA VERTEBRAL
LO MONO
Capa a capa
el mundo también en mí,
venados de sangre
ahí, en el fondo,
pintados sobre mi roca,
vanguardia a vanguardia
dibujadas las vísceras
hasta el hiperrealismo,
aquí, en la tela radical de la piel,
bajo la careta perfecta del vestido.
¿De qué color llevo hoy los muertos,
de qué marca es la revolución,
en qué espejo sonríe la historia?
Doy cada mañana
todos los pasos del hombre,
levanto las manos, afilo las garras,
mantengo el equilibrio
difícilmente
desde la cueva hasta la silla giratoria.
Pobre mona.
Una caja de herramientas precintada
no arregla nada.
VISTAS A UN POEMA
Vivo en una casa con una ventana que da a otra casa con
una ventana con barrotes.
Cuando la persona que vive en la casa de esa ventana con
barrotes idescorre isus icortinas iy iuna hoja de la ventana
con barrotes, anula mi reflejo y veo, entre los barrotes, un
salón partido e inundado de iluz en el que yo podría bailar
y al fondo un balcón.
Solo icuando ila ipersona ique ino ibaila ien iese isalón deja
abierta la ventana con barrotes iy idescorre las cortinas del
balcón del fondo del salón en el que yo podría bailar puedo
decir que mi casa tiene vistas.
Hay idetrás ide iesta iidea iotra idea con vistas a un poema
muy triste.
PERO
hay quien monta una barraca sobre una fosa de adjetivos
pero yo creo que la palabra debería ser siempre
una llave, y no un telón o una máscara,
y leo del modo en que trato de vivir,
con luz y buenas vistas, sin cortinas,
y así también trato de escribir,
como, intuyo, lo hacen mis maestros,
los aventajados peones de la palabra,
que derriban la cuarta pared de la poesía
y dejan abiertas todas las puertas de su casa,
y yo entro en ella para sentirme como en la mía,
y me sirvo de ellos y repito, si es preciso,
sin miramientos,
y allí dentro, mientras suena la música,
paseo por sus líneas tomando nota
de telas, soportes, flores, grifería
y también de los desperfectos
y de las grietas y de la pintura levantada
allí donde ellos pierden el paso y se agota el ritmo,
y dentro, más dentro todavía,
casi al final del pasillo, veo
sus joyas, sus valiosos cuadros, sus souvenirs,
que me dan ganas de robar y echar a correr
porque me siento pobre y no como en mi casa
pero hay demasiados testigos y da igual
porque enseguida me doy cuenta de que
sus joyas, sus valiosos cuadros, sus souvenirs
no quedarían bien en mis paredes porque desentonarían
con mis desperfectos, mis grietas, mi pintura levantada,
y entonces sé que llega la hora de irse a la francesa
pero me cuesta alcanzar la salida porque me entretengo
abriendo otras puertas del pasillo como esta,
que yo no quería abrir ahora porque yo solo venía a decir
que la palabra debería ser siempre
una llave, y no un telón o una máscara, pero
hay quien monta una barraca sobre una fosa de adjetivos
EL NOMBRE DE LAS COSAS
estamos
tan cosidos al nombre de las cosas
que a veces solo sabemos eso
—el nombre de las cosas—
y aprieta la costura,
tirante el hilo,
y nos ahogamos
de nombres
y solo de nombres
sin cosa ni casa,
de nada
reivindico
el descosido
el agujero ignorado
el roto impecable
¿QUIÉN DICE?
Tengo una maraña de voces.
Si no soy sola, ¿quién me dice,
quién habla cuando hablo?
¿Dónde empieza mi garganta?
HILOS
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
ahí están todas mis verdades:
hilvanadas, no cosidas,
al tiempo que ando cortando,
el traje que visto
PUNTADA
Soy solo una de las muchas puntadas
del grueso manto que teje el tiempo.
Mazas, Andrea. Mi columna vertebral. Tenerife; Ediciones de Baile del Sol, 2017.