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FUERA

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FUERA

I. La época del sueño.

Mi padre sentado en su silla recuperándose
De aquellos cuatro años en los que fue masticado, carne de cañón y de fango,
El cuerpo lacerado, silenciado, enajenado por el tiempo que pasó empapándose
De los colores de la mutilación.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxYa había curado valerosamente
Sus perforaciones externas, pero él y la lumbre del lar, su resplandor color sangre
En el cuenco de amasar galleta, en el piano, en la pata de la mesa,
Cada vez eran más y más presa del minuto a minuto
Que se adueñaba de ellos, mientras el minúsculo engranaje del reloj
Trabajaba sin descanso y, al hilo de su escucha,
Sacaba a rastras, físicamente, a mi padre de debajo
De los estratos encajados durante cuatro años de los ingleses muertos
A los que él estaba ligado. Él sentía que sus miembros se despejaban
A cada ínfimo, estimulante movimiento. Mientras yo, un niño de cuatro años,
Yacía en la alfombra como su doble infortunado,
El ancla de su memoria sepultada, inamovible,
Entre mandíbulas y botas voladas a pedazos, tocones de árboles, casquillos de obuses y cráteres,
Bajo la lluvia que aún hoy continúa golpeteando sus varas y espesando
Su reino, al que el sol ha abandonado, y donde nadie
Puede ya volver a salir del refugio.

 

II

El hombre muerto en su cueva empezando a sudar;
La visera de carne de bronce fundido
De la madre en el horno del bebé —
Nadie da crédito, aquello
Tal vez no sea nada, todos
Aguantan sonriendo al notar
Cómo la sangre deja de resonar por un instante en
Sus oídos, sus oídos, sus oídos, sus ojos
Tan sólo son gotas de agua e incluso el hombre muerto de repente
Se incorpora y estornuda — ¡Achís!
Entonces la enfermera lo arropa, sonriendo,
Y, aunque muy débilmente, aunque aquello no es más
Que otro nuevo bebé, la madre también sonríe.

Así, igual que tras haber sido volado en pedazos,
El soldado de infantería reensamblado
Sale a tientas, bamboleándose, mirando a su alrededor con los ojos
De un oficinista exhausto.

 

III. Día del Armisticio

La amapola es una herida, la amapola es la boca
De la tumba, quizá del útero buscando —

Una hermosura, una muñeca sobre un alambre,
Prostituyéndose hoy en todas partes. Hace años que luzco una.

Hace más años aún,
La metralla que hizo trizas la libreta de paga de mi padre

Me alcanzaba, y todos sus muertos lo alcanzaban a él
Devolviéndolo a una época

Que ni él ni ellos lograban superar, sino que, fundida en masa, como el acero,
Pesaba más en su ánimo que el trueque de los arados

En la pena negra que afloraba tras los ojos de mi madre —
Un ancla

Doblegando mi cuello juvenil hasta sumergirlo en aguas del Atlántico.

Así que adiós a esa flor de recuerdos sangrientos.

Y vosotros, muertos, enterrad a vuestros muertos.
Adiós a los cenotafios en los pechos de mi madre.

Adiós a todos los encantos residuales del hecho de que mi padre haya sobrevivido.

Dejemos que Inglaterra se cierre. Que se cierre la verde anémona marina.

 

 

 

 

EL GRITO

El sol en la pared — el cuadro del cuarto
De mi niñez. Y allí mi lápida
Compartía mis sueños, comía y bebía conmigo feliz.

Durante todo el día el azor perfeccionaba su arte
E incluso de noche persistía el milagro.

Las montañas holgazaneaban en su humeante campamento.
Los gusanos bajo la tierra hacían bien su trabajo.

La carne de bronce, excitada por una sed de bronce,
Como un recién nacido amamantado por un pecho,
Dormía bajo la luz de la piedad solar.

Y los inanes pesos de acero
Que, surgiendo de ninguna parte, chafan a la gente,
Tan sólo me hacían sentir tan bravo como las criaturas.

Cuando vi aquellas crías de conejo con la cabeza aplastada contra la carretera
Supe que iba montado en la rueda de la galaxia.

Las cabezas de los becerros, erizadas de rocío, sangrando en los mostradores,
Sonreían como máscaras bufas donde el sol y la luna danzaban.

Entonces mi compañero con la cara cosida
Justo allí donde se la habían abierto para extraerle algo
Alzó una mano —

Sonrió, medio en coma,
Una sonrisa de templo pétreo.

Luego, yo también abrí la boca para alabar —

Pero un silencio en forma de cuña se me atragantó.

Como un puñal de obsidiana, seco, con la punta afilada,
Un cacho callado de cristal volcánico,

El grito
Se vomitó a sí mismo.

 

 

 

 

DOS

Dos salieron, descendieron de la estrella de la mañana,
El urogallo coruscó, transformándolos en rescoldos robados.
El rocío escindió el color.
Y una mano ahuecada rebosó cantos de gallo.

Dos bajaron acompañados por inmensas sombras
Entre los dedos del alba,
Por los cuerpos cimbreantes de las liebres,
Y la agachadiza les hurtó sus joyas.

La corriente pronunció un oráculo sobre lo que no tiene fin,
El sol extendió una tierra a sus pies.

Dos cayeron de los bosques que colgaban del cielo
Trayendo los pies chamuscados de los cuervos carroñeros.

Y la guerra estalló —
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxun alarido repentino
Rebotó entre las azoteas apiñadas.

El guía alzó el vuelo desde el sendero.

El otro se tambaleó.

La pluma que lucía en la cabeza se cayó.
El tambor que llevaba en la mano se calló.
La canción que traía en la boca se murió.

 

 

 

Hughes, Ted. El azor en el páramo (Trad. Xoán Abeleira). Madrid; Bartleby editores, 2010.

 

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