ANIMALES ENTRE ANIMALES
GUADALUPE GRANDE
GATAS PARIENDO
Así escuchas las cosas de tu vida como el maullido de un gato al fondo del jardín
Te despiertas de madrugada y oyes al fondo muy al fondo ese remoto maullido de gato recién nacido
Y un verano y luego otro y otro más hasta llegar a esta noche
xxal fondo del jardín al fondo
Así escuchas las cosas de tu vida así escuchas las cosas del mundo a oscuras de noche palpando el susto de no entender o el de no querer hacerlo
y ese gato no para de maullar y es una pequeña herida no sabes de qué no sabes de quién pero ahí está insistiendo clamando de hambre y noche al borde del peligro al borde del abismo al borde del jardín Un coche un faro
luego nada
Y continuarán los maullidos más obcecados que tú y si no al tiempo al próximo verano hasta la próxima canícula sonido desvalido como una onomatopeya tan poco lírica que no la puedes escribir
Qué pensaría nadie y quién es nadie al leer esa onomatopeya tan líricamente escrita tan ridículamente sonora tan de viñeta de posguerra
pero suena cada noche
y tú para bordear la herida dices que así empezó todo cono una onomatopeya con un sonido tan innombrable como ahora el insistente maullido del gato recién nacido convocándote a dónde pidiéndote qué
O quizá algo peor tal vez nada te convoque y tan solo te despiertas en medio de la noche para ser el precario testigo que no puede traducir una onomatopeya Eso te dices para bordear la herida
Escuchas el maullido del gato Has visto un hombre sin brazos al borde de la limosna has rozado la pierna perdida del animal en el pantalón doblado sobre el muslo has comprendido que la muerte es un ramo de rosas de plástico atado a un farol
y te has preguntado qué palabra no es una onomatopeya indescifrable, una persecución en la sombra
Un verano y otro al fondo de la vida al fondo del jardín al fondo del sonido
Y las gatas siguen pariendo sin parar y paren onomatopeyas que al fondo del jardín resuenan como las tablas de la ley
DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
PERRO, CADENA Y ESTACA (πr2)
El perro del almacén de palés
ladra cuando pasas frente a la valla.
Es un mastín que ladra desde el suelo,
tumbado bajo el sol,
muy cerca de su estaca.
No hay fiereza
en esa voz que lanza para nadie.
No hay alarma
en la profunda trinchera de sus ojos.
Hay campos en barbecho, y ráfagas de tierra.
Hay un calor de trigo y espejismo.
Hay noches, que no has visto ni verás,
donde a cada ladrido
responderá el inservible brillo de una estrella.
Que esto quede claro:
las estrellas no parecen ojos,
ni de divinos jueces son testigos.
Y también es inútil tu mirada.
Tú tienes una voz prestada, y él, un aullido sin respuesta.
Y estáis, los dos, muy dentro del silencio,
clavados en el centro de mil hectáreas de silencio y vallas.
Y sin embargo, calculas, como humano y racional,
la distancia entre el perro y la estaca.
Necesitas ese número que alguien dijo una vez
en el mostrador de una ferretería:
déme cuatro metros de cadena.
Recuerdas, porque eres descendiente de los griegos,
la fórmula del área de la circunferencia.
Pi por el radio al cuadrado.
Luego el perro, dada la longitud de la cadena, que es el radio,
tiene una superficie vital de 16pi metros cuadrados.
El perro del almacén de palés
ladra mientras calculas delante de esta valla.
Sigue ladrando sin rabia, sin voz,
desde una circunferencia real e imaginaria,
y tú quieres seguir inundando de números el desierto.
Calcular ahora los años, cuánto tiempo
lleva el perro ladrando desde 16pi metros cuadrados;
para multiplicar por 365 y por 24 y por 60,
y hallar la inabarcable cifra del dolor que va sumando ese ladrido,
y luego seguir multiplicando hasta dejar de ser humano,
hasta que los números se ovillen de cansancio.
Te gustaría saber, porque perteneces a la gran cadena humana,
que parcela, calcula y progresa,
si preferirá el mastín girar en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario.
Pero también sabes que no importa:
El sentido de las agujas es siempre clavarse en el tiempo y la conciencia.
Lo que sabes, tras los números, es esto:
el ladrido del perro es una bóveda cansada
bajo la que se resuelven, con indiferencia,
viejas controversias de geometría, de alquimia,
del alma de los indios, las mujeres,
los perros, los ángeles y demonios,
así como la historia del hombre en estos campos.
Donde tú eres el eslabón,
e innecesario.
Te gustaría pensarte bajo el sol como una estaca.
Y que sean tus ojos la cadena,
y el perro el dios donde termina el mundo.
El alcance de tu mirada pi metros cuadrados
es el círculo de lo humano, antes de que empiecen
a tensarse en tu lengua los ladridos.
Y también hay cosas que no quieres imaginar.
Porque eres humano,
heredero de una larga estirpe de cobardes.
Me refiero
al mostrador de la ferretería,
al sonido de las monedas, de las cadenas,
y al eco de la estaca
mientras era clavada en una tierra
que no era todavía el centro de ninguna circunferencia.
Me refiero,
sobre todo,
a la incondicional alegría del mastín,
una vez cada dos semanas,
cuando se abre la puerta de la valla.
VV. AA. Animales entre animales. Murcia; Ed. Raspabook, 2015.