EL 8º PROBLEMA DE YORICK
ELENA ROMÁN
PREONIRIA
Ese sonido como de flauta resfriada no proviene de la tienda de animales, sino de mi barriga. Entré en la tienda para mirar, me compró barata un mosquito, me lo comí, se puso gordo y ahora silba cuando se aburre y me da codazos cuando huele a coñac.
xxSi no se royeran tanto los huesos de cereza, ya habrían brotado en la calle de atrás más de treinta cerezos por centímetro cuadrado, y al mediodía se descansaría. Pero me tengo que conformar con la tundra en el pasillo, con esta selva hasta las rodillas en la que no se me permite enterrar un acordeón al que no haya amortajado antes envolviéndolo en un mono naranja y chispeante. No importa, porque toda eternidad es pasajera y, además, no siempre me apetece inhumar acordeones (no puedo decir lo mismo de los mosquitos).
xxComo hoy es día par, late mi corazón. Lo hará hasta el anochecer, momento en que correrá a juntarse con los tambores. Y yo, intentando reconocer su voz entre otras percusiones, me dormiré abrazada a un listado provisional de afectados por la vida. Luego, al despertar en non, seguirá en su sitio aunque invisible. Con un electroshock le haré salir de su escondite, al norte del mosquito y al principio de un hueso de cereza.
xxLa bengala que llevo clavada en la yugular no me la voy a quitar porque por la noche me gusta abrir los ojos y encontrarme el cuarto lleno de lanchas que me invitan a coñac para reanimarme.
MUY ACTIVO
Me he venido a la sección de juguetería porque es más popular y menos fría que la mía, y además estoy harto de yogur. hago destacar mi presencia dando saltitos entre Spiderman y Harry Potter, correteando por las baldas, brillando como nuclear, hasta que, al fin, una niña se fija en mí, me señala y les pregunta, encandilada, a sus padres: «¿No es el bífidus activo más bonito que habéis visto en vuestra vida?». Los padres asienten, emocionados, piden ayuda a unos amables reponedores para echarme al carro -pues soy inquieto y espontáneo-, y con el esfuerzo de todos menos el mío soy trasladado a la caja rápida, donde una chica nos recibe con la cabeza y la sonrisa ladeada, y se sincera:»Han hecho ustedes una buena compra. Les felicito. Las correas se pagan aparte. Me llamo Amalia».
HOMBRE AL AGUA
Al lado de una maleta hay un hombre y a su lado un mar. El taxista con frenillo que lleva al hotel no provoca en el hombre curiosidad alguna. Tampoco llama su atención la hermosa mujer de pelo rojo con la que se cruza en el hall, ella saliendo y él entrando. El hombre mira su reloj, que atrasa; mira el de su habitación, parado. Se asoma a la venta y ve cómo, en el bloque de enfrente, una persiana se convierte en la letrina ocasional de una gaviota. La persona que habita tras esa persiana no advertirá jamás lo ocurrido, porque la mancha se halla en el revés de la persiana y el piso es tan alto que apenas se vislumbra desde la acera. Las gaviotas emiten un sonido como de gallina ladrando o niño soñando (el hombre diría que sus rostros se asemejan a un payaso que murió). No ve gatos porque están en el rompeolas. Está nublado y la playa, prácticamente vacía. En cuanto un rayo de sol se incorpore de una nube y eche a caminar sobre peces ocultos, la gente saldrá corriendo a invadir la arena. En pocos minutos, el agua se llenará de ruido y parejas de ancianos caminarán descalzos por la orilla, casi con prisa. El hombre baja al bar y pide un bocadillo, el número dos. Se queda con hambre y, aunque la pizarra enumere quince tipos de bocadillos, vuelve a pedir el número dos, para qué probar otro, ése le gusta, lomo con queso, otro dos.
xxPiensa acostarse pronto, reponerse del viaje, descansar para no sorprenderse al día siguiente ni el resto de los que completarán su estancia en este lugar. Porque siempre, vaya donde vaya, es el mismo taxista con frenillo el que le recoge y lleva a un hotel en el que se cruza con una mujer a la que no tratará de conocer porque sabe que es imposible, que se perderá calle abajo, que avanzará más rápido que él, una hermosa mujer de pelo rojo y dirección opuesta. Porque en todos los hoteles por los que ha pasado ha visto una gaviota rebozando la persiana de un piso altísimo, así como en todas partes las gaviotas le sugieren gallinas ladrando o niños soñando, y sus rostros le recuerdan a los de una pelota roja de goma muerta. Porque está harto de contemplar cómo se llena una playa para idolatrar a un rayo de sol y, por mucho que lo medite, siempre acaba pidiendo dos bocadillos del número dos. Porque, sea el momento que sea, ningún reloj es fiable y por ello pierde la noción del tiempo. Es el mar quien, en su perenne movimiento, lleva a su encuentro a las mismas personas por los distintos sitios que el hombre visita. Aquí tampoco sacará fotos puesto que lo único que le diferencia de otras ciudades es el color de los edificios y el acento en los bares. El hombre no sabe qué hora es cuando apaga la luz. Al despertar, estará al lado de una maleta al lado de un mar y los gatos en el rompeolas.
SU PEREZA INTACTA, GRACIAS
Soy una máquina, o eso dicen. Mi labor es la de atender a híbridos de vagos del siglo cuya mayor proeza consiste en introducir unas monedas por la ranura. No les basta con los productos precocinados que sólo hay que calentar un minuto en el microondas. En busca de que se les dé todo hecho, acuden a mí. Hablando de ellos, por ahí viene uno.
xxHola, cariño, ¿cómo estás hoy?, ¿qué te apetece comer?, ¿te frío unos huevos y unas patatas?, ¿o prefieres pollo?
xxQuiere tortilla de patatas. En cinco segundos se la hago, porque soy una máquina. Pero cuando saco mis brazos articulados para entregársela, advierto, por su expresión, que no se conforma con que se la ofrezca. Éste no es un híbrido: es un vago puro, sin mezcla.
xx¿Qué quieres?, ¿que te la parta en trocitos y te los vaya colocando en la boca? ¿Y a que también vas a querer que te mueva la mandíbula evitándote el esfuerzo de masticar?, ¿y que luego te masajee suavemente la barriga para procurarte una buena digestión? Venga, mastica bien: ésta por mamáaa, ésta por papáaaa. ¿Qué? Está rica la tortillita, ¿eh?
xxDice que sí. Es muy feliz. Le doy unas palmaditas en el hombro y aquí terminan mis servicios en función del importe exacto. El eructo lo pone él. Me voy acostumbrando.
UN PEQUEÑO TROZO DE NOCHE
Milagros ya no trabaja aquí. tenía el turno de noche y, no pudiendo dormir con la luz del día, fichaba agotada, somnolienta. Recibió en su buzón la publicidad de lo que pudiera ser la solución de su problema: se vendían trozos de noche para ventanas de todos los tamaños y diseños. Compró uno pequeño para el ventanuco de su cuarto y no averiguó cuántas estrellas contenía, porque se durmió enseguida. Como siempre es de noche en su cama, no se despierta. Ya no la esperamos. Hemos puesto, en su lugar, una máquina de café. Funciona.
ANTONI DEFEZ
ESCALOFRÍO
En la acera, a plena luz
dos cuerpos se funden encarnizadamente,
las bocas juntas,
se comprimen, apenas se ven,
la sangre hierve, quema el tórax,
intercambian saliva, caricias,
las manos que aprietan, los dedos que buscan,
giran un poco, se elevan,
imperceptiblemente crecen,
menguan, suben,
se roban el oxígeno,
respiran uno en el otro,
se devoran,
están a punto de caer.
Se miran perplejos, avaros, confusos.
En el taxi un escalofrío recorre la espalda
de un hombre desconcertado que se esconde
instintivamente en el asiento de atrás
para evitar ser descubierto:
la hija, aún adolescente, se entrega
humeante a aquel macho desconocido.
Y con la boca áspera, sintiendo
todavía el tajo de aquella cuchillada,
el hombre desvía la mirada y ve
el cumplimiento brusco de una naturaleza
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxinexorable.
JULIÁN CAÑIZARES
EL ESCRITOR
Este escritor es el más misterioso del mundo.
Ha publicado numerosos libros. Ha tenido buena acogida
por parte de la crítica; también del público.
Los editores se pelean por sus obras. Él lo sabe.
Sus palabras son asequibles. Es cordial con la prensa.
Su vestimenta y sus actitudes son muy normales.
Sin embargo, hay algo misterioso en él,
que lo diferencia del resto del mundo.
En sus libros, en el apartado de biografía, se indica
el año de su nacimiento, y el de su muerte.
Cuando se le pregunta sobre este extraño dato,
él no responde. Sonríe y solicita otra pregunta.
Nadie nunca ha sabido por qué ese extraño dato.
El año de su muerte con tanta exactitud,
cuando todavía está vivo, y con un margen amplio.
Hace unos días se ha terminado el año.
El de la muerte. La suya. Y hoy, en la televisión,
se le ha visto asistir a la presentación de un libro.
Después ha presentado su nueva obra. ¿Por qué?
¿Qué es exactamente lo que hay después de ese año?
¿Qué podemos preguntarle a partir de hoy?
MITOLOGÍA
Se citó a un jugador de billar y a un jugador de baloncesto.
En medio de la pista de baloncesto se situó una mesa de billar.
Se cerró la puerta del pabellón. Y desde el exterior
se les dijo: ¡jugad! El jugador de billar abrió su partida.
El jugador de baloncesto sacó de fondo. Tres segundos después,
o quizá cuatro, los dos pararon. ¿Cuánto tiempo
tendremos que hacer esto?, se preguntaron los dos jugadores.
La canasta con su red, la mesa con sus troneras. El vacío.
No sabían que en el exterior no quedaba nadie.
Se habían alejado en un monoplaza de fórmula 1, veloces,
hacia el norte más lejano. ¿Seguimos jugando?, se preguntaron.
Y cada uno volvió a su juego, a la carambola y al enceste.
Cada uno con la sensación de hacer un partido inocuo;
rezando, implorando, deseando que los de ahí fuera volviesen.
Sin saber que aquellos monoplazas podrían tener, en cualquier momento,
un accidente. Sin saber que a lo mejor ya no regresarían.
ISALÓ GÓMEZ
SOBREVIVIR NO FORMA PARTE DEL ESPECTÁCULO
I
Yo era como uno de esos viejos almendros
que, en la verja de atrás junto al brocal del pozo
hechos al sol maleducado,
por ímpetu, por presunción, o simplemente
por la más pura demostración de estupidez
florecen en enero;
como si no lo supieran;
como si en años y años de pasar siempre lo mismo
no supieran
que un hielo tonto en marzo
da al traste con el trabajo del invierno.
Yo era como ellos,
con un único afán:
añadir cada año un anillo a mi corteza
y da igual la esencia de la flor,
la dulzura, el amargor del fruto.
II
(No tiene por qué quedar
esta sensación de poema inacabado)
Digamos que los árboles, a veces,
disfrutan del reinado del verde de la hierba,
de las amapolas a sus pies,
de las avispas horadando su centro.
Digamos que él, que se había ido,
volvió a mi casa,
a danzar en mi patio,
a sentarse en mi sombra.
Digamos que llegó como un tornado de violetas.
Se hizo de día.
Se hizo de noche.
Y aún estoy aquí,
encadenando escalofríos de por vida.
FRANCISCA GATA
A UNA MUJER QUE BARRÍA EL BALCÓN DESNUDA EN LA PLAZA DEL DEPÓSITO DEL SOL
Ayer, hermosa, venía por la plaza, andaba cabizbajo, reflexivo,
rumiando el pan de un pensamiento,
callando mi verdad de estar tan vivo, pues que inútil mortal,
consideraba que no hay mayor prodigio,
y no es derroche, para sentirse ledo,
que una cama bien hecha, con sus sábanas
y una pájara pinta, tan pintada, que de churretes
te tiña la almohada. La tarde olía a palomas mensajeras,
a muchas, defecando, a turbamulta,
y el sol se defendía a mamporrazos
con la cruel y díscola penumbra.
Y fue que, por observar tan singular batalla,
noté ganas de alzar ojos y cejas,
también elevé un poco la cabeza, lo justo
nada más, lo imprescindible.
Y al mirar perdí los imperdibles, pues te vi, hermosa mía,
sin más prenda que una villana escoba
que barría, accionada por tu impulso,
qué de polvo soltaba tu impereza,
parecía que barrieras el desierto y al tiempo,
mujer limpia, liberada,
meneabas los labios con el gesto
de cantar las canciones más ansiadas,
para ser animales en el lecho.
Sólo un mendigo poblaba la placita y al mirarme mirar
miró conmigo y pensó, ya ves tú si no es delirio
que, o bien el tinto tetrabrik estaba malo
o se había pasado en el ingesto.
Qué nalgas, dije yo, y él sin dudarlo mencionó
que el demonio tiene cuerpo y es cuerpo como el tuyo, relicario
aunque despida fuego, mas transforma la vida
en algo muerto. Qué pechos, qué plumón,
quién fuera sueño para entregarse loco
al edredón, a la marea de caderas tan noblemente sanas,
morder, obviando el daño, esa manzana
y así pasar los años o los días.
Quién fuera palo de escoba, aquel palo,
para ser mujer por ti agitado
que, aunque levante polvo,
no te produzca alergia ni prurito,
comparados los polvos con la paja
que en este ojo ajeno se ha clavado.
Y el mendigo: «Hay que ver, yo es que no salgo
seco de este asombro», y más vino y eructos en mis hombros.
El mendigo era un cerdo
y mendigaba para pagar su casa en la playa.
Eso me dijo el muy, muy, muy ladino,
y mecachis, si por Dios, no le aticé,
porque yo estaba, y es fácil de creer,
con una erección que me alarmaba,
porque al verte de lejos, tú barrías,
porque aunque trempara y trepara,
no eras mía, quizás en esa torre secuestrada
tenía algún señor tu lozanía.
Y mis ingles reclamaban oro puro,
de tu piel el chorreo de ambrosía,
de esa boca que adiviné perlada,
quería desprender otras palabras,
las que el amor disfraza de poesía.
Y así estaba que no estaba
cuando noté un calentor en mis pisadas,
oh, terror, era el mendigo que en mis huellas
sin tiento vomitaba mientras yo con los ojos te comía.
Ay qué asco y que dulzura y qué ansia de volar
a tus macetas y libar como abeja, como mosca chupar,
como mendigo seco, el sudor que escapaba de tus piernas.
Pero me fui, porque salió tu madre y me vio tan salido
y tan manchado que al borracho y a mí levantó mano,
como si fuera un acta levantada,
para advertir que venía soldadesca,
que a la guardia civil había llamado,
policía nacional y guardia urbana.
Le faltó por llamar a los bomberos.
¡Joder con esa madre!, no descansa.
Claro que si das a menudo en barrer
el balcón de tus amores, sin blusa, sin enagua,
sin, yo qué sé, un velo que te cubra,
tu madre habrá costumbre de llamada
y habrá costumbre de acudir muy presto,
pues no todos los días te agasajan
con salvar damisela desnudada,
barredora, cuerpo enhiesto, que te pone tan tonto
que tonteas y se te salen los ojos de los cestos
y te dejas vomitar cual papelera,
porque tienes en el cuerpo tanto gusto
que crees que eres tú quien se derrama
contemplando las gracias de la gracia.
Adiós, mujer, ya volveré mañana,
dile a t madre que se introduzca el dedo
de marcar, en esa parte
ideal, si lo que quieres es sentarte,
o darte al ventoseo cuando hay necesidad
o hay cachondeo o pretendes calentar el frío hogar.
En fin, lozana, no barras sin un chal,
no ves que matas, que estás como ese AVE
que dijeron vendrá a Albacete un día de estos.
Adiós preciosa, ponte ropa interior u
otra cosa, no sea que te resfríes y te mueras
y el mástil de mi bandera se me tronche,
qué haré los sábados, si salgo por la noche,
si mi ejército asedia algún fortín,
ridículo estratega pareciera y tú,
mi bien, desnuda calavera.
ARTURO TENDERO
C/ HERMANOS GIMÉNEZ, 27
La paja no es mejor contenedor
para las relaciones
humanas que el ladrillo
aunque entre nuestros genes haya briznas
de paja distraídas
durante los furtivos escarceos.
Al final te acostumbras a vivir
lejos de la incomodidad
donde creciste, a ver
una torre de pisos
en el mismo solar donde estaba la casa
que ni siquiera logras recordar
con detalle, aunque la lleves dentro
porque en ella aprendiste a percibir.
La calle era de tierra,
eran otros los ruidos. Si te asomas
a la ventana
del pasado en busca de asideros,
encuentras una vaga sensación
tan pegada a la piel, que es la piel misma,
un indicio que sólo a ti te sirve.
Y se han ido muriendo los testigos.
Te tienes solo a ti, no tienes nada,
hombre de paja. Ni siquiera
sabías de qué era la estructura
hasta que, en el derrumbe,
cayeron a tus ojos los cascotes,
las vigas mezcladas
con la piel de tu infancia.
Y eso eres,
ciudad que ya no existe,
sensación que deambula
como un fantasma
por debajo del hombre que parece
desenvolverse bien entre ladrillos.