WYSTAN HUGH AUDEN
MUSÉE DES BEAUX ARTS
Acerca del sufrimiento nunca se equivocaron,
los Viejos Maestros: qué bien entendieron
su posición humana; cómo tiene lugar
mientras algún otro come o abre una ventana o sencillamente pasea aburrido;
cómo, cuando los ancianos aguardan con reverencia, con pasión,
el milagroso nacimiento, siempre tiene que haber
niños que no desearon especialmente que ocurriera, patinando
en un estanque en el linde del bosque:
nunca olvidaron
que incluso el espantoso martirio debe seguir su curso
de cualquier manera en un rincón, en algún lugar desaliñado
donde los perros continúan con su vida perruna y el caballo del torturador
restriega su inocente trasero contra un árbol.
En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo: cómo todo da la espalda
sosegadamente al desastre; es posible que el labrador
hubiera oído la caída del agua, el grito desvalido,
pero para él no era un fracaso importante; el sol brillaba
como era su deber sobre las piernas blancas que desaparecían en las verdes
aguas; y el caro y exquisito barco que debía de haber visto
algo asombroso, un chico cayendo del cielo,
tenía que llegar a alguna parte y tranquilamente siguió su rumbo.
EL NOVELISTA
Revestido de talento como un uniforme,
el rango de todo poeta es bien conocido;
pueden asombrarnos como una tormenta,
o morir tan jóvenes, o vivir solos durante años.
Pueden lanzarse a la carga cual húsares: pero él
debe esforzarse por dejar atrás su don juvenil y aprender
a ser sencillo y poco elegante, a ser
alguien a quien nadie se plantearía prestar atención.
Pues, para alcanzar su más leve deseo, debe
convertirse en el aburrimiento pleno, sujeto a
dolencias vulgares como el amor, entre los Justos
ser justo, entre los Sucios sucio también,
y sobre la endeblez de su propia persona, si puede,
soportar discretamente todos los agravios del Hombre.
RIMBAUD
Las noches, los puentes del ferrocarril, el mal cielo,
sus horribles compañeros no lo sabían;
pero en aquel niño la mentira del retórico
reventó como una cañería: el frío había hecho un poeta.
Copas costeadas por su endeble y lírico amigo
sus cinco sentidos sistemáticamente desquiciados,
a todo el absurdo acostumbrado puso fin;
hasta que de la lira y la endeblez se distanció.
El verso era una dolencia especial del oído;
la integridad no era suficiente; eso parecía
el infierno de la infancia: debía probar otra vez.
Ahora, galopando por África, soñaba
con un nuevo yo, un hijo, un ingeniero,
su verdad aceptable para los embusteros.
SUS SOLITARIOS SUPERIORES
Mientras escuchaba desde una tumbona a la sombra
todos los ruidos que hacía mi jardín,
me pareció de lo más apropiado que las palabras
no les hayan sido reveladas a los vegetales y los pájaros.
Un petirrojo sin cristianar acometió de principio a fin
el Himno del Petirrojo, que constituía todo su saber,
y las flores susurrantes aguardaban a algún tercero
que dijera qué pares, si alguno, debían emparejarse.
Ninguno de ellos era capaz de mentir,
no había ni uno solo que fuera consciente de estar muriendo
o que pudiera con un ritmo o una rima
asumir responsabilidad por el tiempo.
Que dejen el lenguaje a sus solitarios superiores
quienes cuentan algunos días y ansían ciertas cartas;
nosotros también hacemos ruidos al reír o llorar:
las palabras son para aquellos con promesas que cumplir.
Auden, W. H. Canción de cuna y otros poemas (Trad. Eduardo Iriarte). Barcelona; Ed. debolsillo, 2006.