CRISTINA MORANO
Si no saben quién es, poéticamente hablando, Cristina Morano deberían empezar a hacer un esfuerzo por arreglar esa tara en su conocimiento de la poesía española de los últimos diez años.
Con un primer libro editado en 1999 por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, Cristina se convirtió rápidamente en un referente para todos los escritores inéditos o cuasi inéditos de esta región. Poemas como ‘El caballero inexistente (París)’, ‘Fabricante de armas’, ‘Mitos’, ‘La nota’, ‘Un solo de guitarra’, ‘Too much chocolate, supongo’ o ‘Vergüenza’ –el poema del que quiero hablar hoy– nos hicieron sentir una envidia insana por esos versos lacerantes que salen de las manos de Cristina. Aquel libro, ‘Las rutas del nómada’, es ahora un libro de coleccionista y uno tuvo el acierto en un momento muy concreto de enviárselo a David González, que después incluiría a Cristina en ‘La manera de recogerse el pelo. Generación Blogger’ (la antología de poesía escrita por mujeres que publicó la maravillosa editorial Bartleby hace un par de años).
El caso es que digo todo esto porque Luís Parrado ha traducido al portugués dos de los poemas de Cristina, y como el último de ellos nos viene a unos cuantos como anillo al dedo quiero dejar constancia del poema y de la traducción.
VERGÜENZA
El número de hijos de puta
aumenta cada día, pero es peor
el mayor número de tontos.
Yo me cuento entre los segundos,
a veces mi padre pregunta
si voy a hacer algo al respecto;
pero no suelo contestarle,
me limito a mirar la tele
sentada enfrente de su cara.
Debería decirle que lleva la razón,
que la gente me mira como
a una rara especie de animal,
como si se sintieran cómodos
en el papel del delator.
Me gustaría hacer algo para cambiar,
ser más inteligente, fumar con elegancia…
ese tipo de cosas que te hacen respetable.
Pero en el fondo nunca sería suficiente,
los platos se me siguen cayendo de las manos.
VERGONHA
O número de filhos da puta
aumenta cada dia, mas pior
é o número ainda maior dos tontos.
Eu conto-me entre os segundos,
às vezes o meu pai pergunta-me
se vou fazer alguma coisa a respeito disso;
não costumo, porém, responder-lhe,
limito-me a olhar a tv
sentada em frente da sua cara.
Deveria dizer-lhe que tem razão,
que as pessoas me dirigem o olhar
como se a uma espécie rara de animal,
como se se sentissem confortáveis
no papel do delator.
Gostaria de fazer alguma coisa para mudar,
ser mais inteligente, fumar com elegância…
esse tipo de coisas que te tornam respeitável.
Mas, no fundo, nunca seria suficiente,
os pratos continuam a cair-me das mãos.